After Earth

After Earth: Un palo y su obsesión con su astilla

Como cada verano, la oleada de productos mainstream con los que reventar las taquillas va haciendo su aparición. Si la primera en apretar el gatillo y dar salida a la carrera por el blockbuster del periodo estival ha sido El hombre de acero (Zack Snyder, 2013) —tremendo éxito mundial—, ahora le toca el turno a uno de los mayores estándares de este tipo de productos y su nueva obra. El rey por méritos propios en la tierra baldía de originalidad en que se ha convertido Hollywood: Will Smith.

 

Y como los años no pasan en balde para nadie por muy bien que se conserve, ahí está acompañándole (o más bien protagonizando bajo su supervisión) su hijo Jaden. Se puede vislumbrar por lo visto hasta la fecha algo del carisma del príncipe de Bel Air en su retoño: la métrica de las muecas son comparables y cuando su cuerpo se desarrolle lo suficiente como para tener credibilidad en películas de aventuras como lo es esta After Earth, quizá el discípulo ocupe el lugar del maestro.

 

Pero hasta que llegue ese momento Smith está asumiendo un riesgo que puede que ni su merecida fama soporte. El resultado de la machacona estrategia con la que quiere vender a su pupilo resulta inversamente proporcional al cariño que le tiene el público, y aunque en su caso particular parece que la paciencia de la audiencia es infinita, los números no perdonan. De momento la táctica no ha salido del todo mal ya que la revisión de la película de kárate por excelencia reportó sabrosos beneficios, y mientras que en En busca de la felicidad (Grabiele Muccino, 2006) era Jaden el que con su adorable carita de infante permitía que su progenitor se luciera a base de lágrimas y tesón, en la que ahora ocupa las pantallas se cambian las tornas y el segundo se desplaza a un rincón para dejar brillar al primero.

 

Jaden Smith en After Earth

 

El problema con la permuta de la dinámica estriba en el llamamiento de la película. Si un cartel promocional tiene las facciones de uno de los actores más cotizados de la industria es porque vende. Además vende una imagen perfilada con minuciosidad y una identidad muy clara. En el imaginario de los seguidores del señor Smith caben todo tipo de gags blandos, sonrisas blancas como perlas y la cercanía de quien se preocupa por ser encantador 24 horas al día. Al no querer hacer sombra sobre la interpretación de su vástago no se permite a si mismo ni entornar los ojos (sus dotes para el drama están por explotar pero demostradas) y quienes acudan a la sala por el fulgor de su estrella se sentirán decepcionados.

 

Reparto al margen, la película es más entretenida de lo presumible en un principio. Habida cuenta de la derrota inmediata que supondría compararse con la innegable exquisitez teórica de algunos de los últimos estrenos futuristas, opta por la ligereza narrativa y utilizar los códigos y los tiempos de las películas de aventuras. Haciendo un uso eficiente de los 100 minutos de duración, consigue un ritmo a ratos trepidante que, cayendo sin remedio en demasiados espacios transitados, permite al espectador divertirse sin remilgos.

 

Will Smith en After Earth

 

Ahora bien, que un taquillazo con fecha de explotación divierta es lo menos que se le puede pedir. Si quien lo firmase fuera Michael Bay, las palomitas se engullirían, los gritos de exclamación sonarían al unísono en la sala y a la salida todo el mundo contento. Pero el autor de libreto y dirección es el otrora sorprendente M. Night Shyamalan. El director de origen hindú parece haber perdido el norte y no ser capaz de recuperarlo. Rodó uno de los sleepers más sonados de la historia reciente del cine americano (El sexto sentido en 1999), con El Protegido (2000) convenció a los escépticos y sus dos películas posteriores sirvieron para demostrar que tenía grandes fantasías que narrar. Sin embargo, al apostar por un cuento maravilloso en su concepción pero fallido en la realización (La joven del agua, 2006) perdió todo el crédito ganado y su carrera ha sufrido una de las caídas más estrepitosas de cuantas se recuerdan. Es imaginable, por tanto, que en la actualidad necesite de productos en los que su visión importa poco pero estén bien pagados. Lo que no deja de doler en quien sublima su poder (del autor) para la escritura es el aguijón que supone ver After Earth y comprender que, en una capa difuminada, el bueno de Shyamalan tenía otra cosa en mente cuando firmó el contrato.

 

Una película de ficción en la que la ciencia es una reiteración del ingenio de otros títulos que funciona con convicción como puro entretenimiento veraniego.

 

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