Annie: Canciones para blancos cantadas por negros

Las razones de los remakes son variopintas. Es inútil entrar a juzgar por qué se llevan a cabo. El dinero, la falta de imaginación, relanzar una carrera… No sería mala idea valorar la posibilidad de rehacer películas con buenas premisas pero que resultaron un absoluto fracaso en taquilla. Esto difícilmente pasará, y hasta cierto punto es lógica la modernización de viejos clásicos adaptándolos a los nuevos tiempos. Lo que no es justificable es el negocio que se trae entre manos Will Smith y su familia.

 

Por partes. Todo el mundo conoce el musical y la tira cómica Annie, así como varias versiones para televisión y cine de la huerfanita más repelente del mundo del espectáculo. Así pues, el atrevimiento de hacer una nueva adaptación en la que la comunicación y las redes sociales tienen un peso indispensable es comprensible. Pero, ¿en qué momento ha pensado el señor Smith que rejuvenecer títulos cambiando la piel de los protagonistas es interesante para alguien que no sea su cartera y el orgullo de su prole?

 

Annie

 

La película está ambientada en una Nueva York actual, en la que las noticias corren a velocidad de vértigo y cualquier gesto carente de significado alza en las encuestas a los candidatos a la alcaldía. Básicamente esa es la premisa. Que Annie sea una niña negra de Harlem y el padre adoptivo en esta ocasión sea un Jamie Foxx multimillonario con aspiraciones políticas sólo deja entrever que hay un público no objetivo de la cinta que la verá por el color de la piel de sus protagonistas. Si ésta frase suena racista, entonces, ¿la película es una especie de apartheid?

 

Sinceramente, no podría dar más igual el color de la piel de los intérpretes. Y he ahí el error mayúsculo de la oportunidad que se planteaba. Como ya ocurriera con la versión de Karate Kid (Harald Zwart, 2010) protagonizada por Jaden Smith, la historia es la misma, la blancura con la que se trata a los personajes ni siquiera se ve ensuciada por una sociedad más incorrecta ahora que la que existía antes y, en última instancia, los problemas tratados (por mucha niña huérfana que haya de por medio) son de gente rica. Qué tanto podría haber arriesgado Will Gluck con un guión que trasvasara la premisa a los bajos fondos neoyorkinos nunca se sabrá, pero qué curioso habría resultado.

 

El producto, como entretenimiento que se vende, tiene su pase. Los niños disfrutarán con las canciones y las coreografías diseñadas para lavar mentes de infantes. Los adultos no tanto. El musical es un género que tiene que gustar; de no ser así, la mayoría de largometrajes aburren, pero cuánto menos son vistosos. Annie asegura en los créditos que tiene un coreógrafo, un sueldo que podría haber guardado la familia Smith para el próximo bodrio protagonizado por Jaden, porque las escenas musicales están lejos de hacer sombra a cualquier función escolar. Las canciones, temas pop edulcorados escritos con el torno churrero, ni siquiera están cantados por los intérpretes o, de ser así, deberían haber trabajado un poco más la interpretación en el playback. Leticia Sabater vocaliza más acorde con la melodía en cualquier de sus vídeos musicales.

 

Jamie Foxx, Cameron Díaz, Rose Byrne y Bobby Cannavale deben ser colegas de juerga, que en alguna salida nocturna debieron ponerse de acuerdo para sacarle los cuartos al príncipe de Bel-Air y echarse unas risas pagadas. No parece que ninguno tenga el menor interés por la cinta más allá del cheque y de sobreactuar sin cortapisas. Quvenzhané Wallis destacó en su debut cinematográfico, la magnífica Bestias de un sur salvaje (Benh Zeitlin, 2012), por el que fue nominada a un Oscar; sin embargo, ya en aquella apuntaba como una niña un poco repelente. Previsión que aquí se cumple con creces: tiene el beneplácito de todo el mundo para ser la niña más adorable, bondadosa, generosa, compasiva y pilla de Nueva York, lo que acaba convirtiéndola en una mocosa creída que genera antipatía pasados cinco minutos de metraje.

 

Remake de color de un clásico que nadie pedía. Malos números musicales, peores chistes y una protagonista a la que le quedan dos telefilmes para desaparecer de la escena cinematográfica.

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