Capitán Phillips

Capitán Phillips: Tom Hanks busca un Oscar en alta mar

Capitán Phillips traslada al espectador al Cuerno de África donde el peligro en alta mar para los barcos que atraviesan las aguas es constante. En esta ocasión es la historia real de la tripulación del Maesk, un carguero americano comandado por el hombre que da título a la película y que en 2009, cerca de las aguas de Somalia, fue secuestrado por piratas provenientes de aquella tierra.

 

El arranque del filme es costoso, con el señor Hanks soltando una perorata a su mujer (interpretada por Catherine Keener quien únicamente aparece en pantalla esos cinco minutos) sobre lo difícil que están los tiempos para los jóvenes a la par que se intenta dibujar a los personajes principales de un plumazo sin tener que ahondar demasiado en ellos. Es tanta la desgana de Greengrass (o el deseo de llegar al punto álgido tan apremiante) que no se consigue la empatía del espectador en ninguno de los bandos, solo la conciencia de cada cual antes de entrar en la sala permite saber que no está bien secuestrar y que la vida que te hace llegar a ello es muy dura, pero el director no explica en ningún momento cuán ardua puede ser esa existencia.

 

Capitán Phillips

 

Sin embargo, una vez que se ha quitado de encima la fastidiosa presentación de personajes luce una película nueva, la que la gente ha pagado por ver. Si algo maneja Greengrass a la perfección es la tensión y el llevar al límite las expectativas de la situación. En este caso es difícil crear ese nerviosismo ante lo desconocido pues es un caso real acontecido hace no muchos años; no obstante, los intentos de abordaje al buque están rodados con tanto oficio y eficacia que sumerge al respetable en un estado de inquietud semejante al que ya consiguiera con United 93 (2006).

 

El segundo acto de la película mantiene el nivel encontrando peripecias plausibles dentro del barco que evitan que decaiga la atención. Jugar al escondite kilométrico, las diferencias lingüísticas con sus correspondientes malentendidos dramáticos y una acción rodada con esplendor permiten que la primera hora y media de metraje pase tan rápido como el verano de un escolar. Llegado el último tramo las cosas tornan hacia lo plomizo y patriótico y ahí es cuando todo pierde jugo. Las torpezas de los propios marineros (y guionistas) llevan a un encierro que frena la trama y solo da lugar a esperar un final que, por mucho militar que haya por medio, se conoce desde el comienzo.

 

Capitán Phillips

 

Quizá no sea ya un habitual de las quinielas de los premios, pues es cierto que al igual que muchos de sus coetáneos, Tom Hanks lleva unos pocos años a la deriva en cuanto a elección de papeles se refiere. Sin embargo, como ocurre con De Niro, Pacino, Spacey y otros nombres ilustres, nadie puede dudar de su talento interpretativo y la esperanza de que aparezca algún papel a su medida puede mantenerse viva sin arduos esfuerzos.

 

El de Richard Phillips podría serlo y Hanks vuelve a demostrar su capacidad para crear personajes icónicos solo al alcance de unos pocos a la par que borra de la memoria el mal sabor de boca de sus últimos tropiezos. Aunque desde una legua de distancia puede olerse el tufillo a yo me lo guiso, yo me lo como; ese tercer acto en el que pueda quitarse el corsé que lleva durante las dos primeras partes de metraje y dar rienda suelta a las lágrimas y el miedo, es decir, que crítica y premios lleven su dirección.

 

Un título notable que mezcla a la perfección la acción con el drama hasta que la desmesura patriótica impide avanzar con agilidad. Director y protagonista firman trabajos a su altura sin llegar a la grandeza de sus mejores películas.

 

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