Cruce de caminos

Cruce de caminos: Un trilogía condensada

 

A estas alturas, toda nueva película protagonizada por Ryan Gosling es todo un acontecimiento. Y es que el canadiense, icono indiscutible del cine independiente, se está convirtiendo también en una leyenda viva del cine contemporáneo a pasos agigantados. Le ayudan su anguloso rostro y su imponente planta, sí, pero también resulta innegable que su talento va mucho más allá de todo eso. Desde Drive, cinta que ha supuesto un antes y un después en su carrera, Gosling se ha convertido en un actor de pocas palabras que hace del silencio y de su penetrante mirada sus principales armas, consiguiendo que cada plano en el que aparece haciendo de bad boy o de chico misterioso desprenda un aura hipnotizante. Esto incluso podría llegar a ser sinónimo de cierto encasillamiento si no supiéramos de su variedad de registros, pero está claro que con esta fórmula ha dado en el clavo. Lo sabe él, su manager y todo Hollywood.

 

Aunque The Place Beyond The Pines se estrenó ya el pasado año, no ha sido hasta septiembre que Cruce de caminos (infame traducción, una vez más) ha llegado a nuestro país. Pines es una película curiosa, encuadrada en el género dramático, que apuesta por una marcada estructura de tres partes y juega a desconcertar al espectador con trucos que nos hacen recordar al gran Hitchcock.

 

Ryan Gosling y Eva Mendes en Cruce de caminos

 

La historia que nos presenta el director, Derek Cianfrance, que ya había dirigido a Gosling en Blue Valentine reúne, sin duda, todos los requisitos para convertirse en una trilogía, pues posee claros tintes novelescos con gran potencial de desarrollo. El argumento es potente, y los enredos están justificados y bien planteados. Hay que decir que, formalmente, la película es impecable y la ambientación sombría que puebla todas las escenas gana enteros con el grandísimo trabajo de Mike Patton en la banda sonora. La emocional The Snow Angel es buena prueba de ello, una pieza de delicada concepción y contundente resultado que se fusiona con las imágenes y conecta con nuestras fibras. Además, el manejo de la cámara es digno de mención puesto que, además de lograr planos de gran belleza visual, en muchas conversaciones le presta más atención al oyente que al emisor, con interesante resultado en pantalla.

 

Pero Cruce de caminos es como ese equipo de fútbol que maravilla con su juego en el primer tiempo y deja frío al respetable en el segundo, aunque consiga mantener el resultado a su favor. La culpa, de quien sino, es de Gosling. Y es que el bueno de Ryan, que aquí va en moto, y no en coche, consigue con la totalidad de su interpretación como Handsome Luke –y, en concreto, con alguna escena que resume lo sobrado que va, como la del último atraco al banco con la voz prácticamente rota- dejarnos prendados y que la primera parte de la historia huela, una vez más, a película de culto. Visto así, parece que Gosling sea el único atractivo de la misma pero otro galán de moda, Bradley Cooper, no le anda a la zaga. Cooper está enorme como repentino héroe policial, ofreciendo un interesante contrapunto a Gosling con un papel en el que su honestidad entra en conflicto de intereses con su ambición, y a la vez le proporciona una excusa perfecta para perseguir sus objetivos, ofreciendo una imagen reveladora y perturbadora de la avidez humana.

 

Bradley Cooper en Cruce de caminos

 

Sin embargo, el guión concebido por Cianfrance, espectacular al primer contacto, no cala todo lo hondo que debiera, perdiendo fuelle de forma paulatina hasta que lo que vimos al principio ya nos parece algo muy lejano, y lo que vemos al final nos sigue interesando, pero menos. ¿Quizá por estar principalmente ideado para el lucimiento de Gosling?

 

Decíamos al comienzo de la reseña que este film es curioso porque no obedece las reglas preconcebidas del cine americano, y más cuando hay policías de por medio, tratando temas de corrupción sin reparo alguno. Además, es también muy tramposo, rompiéndonos los esquemas a los que estamos acostumbrados y jugando con nuestros sentimientos ya que, por momentos, no sabemos a quien odiar y a quien amar, situándonos en un limbo contemplativo.

 

Es curioso que muchas veces critiquemos la existencia de segundas y terceras partes innecesarias y, en contadas ocasiones, nos encontremos con un ejemplo opuesto pero que tampoco nos acabe de dejar un buen sabor de boca. Esta es una de esas excepciones. Pero, sin duda, una excepción de aconsejado visionado, pues pertenece a ese grupo de grandes películas imperfectas que se encuentran impregnadas de una relevante personalidad propia.

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