Frankenweenie

Frankenweenie: El cénit de Burton

El tiempo en el que Tim Burton era un director inclasificable, que filmaba joya tras joya y sorprendía a un mundo ávido de sus nuevas creaciones, quedó atrás. Ahora es un autor que tiene muy claro lo que sabe hacer y lo que no, aquello que sus más devotos seguidores piden a gritos cada dos años y con lo que contentar. En sus últimas aventuras de imagen real queda claro que se entrega en un cincuenta por ciento, más allá de que el resultado final sea nulo, satisfactorio o notable.

 

Pero cuando de animación se trata nos encontramos con un realizador distinto. En esta Frankenweenie se siente a un Burton apasionado, deseoso de homenajear aquello que le hizo querer ser cineasta en primer término y su larga trayectoria. Los tributos son reconocibles por todas partes: desde el profesor de química con el rostro de Vincent Price al que pone voz Martin Landau, al apellido de la familia protagonista.

 

Frankenweenie

 

Sabedor de que durante años ha ido maquetando un mundo propio, tan personal y reconocible que a estas alturas le resulta imposible querer hacer otra cosa más mundana, ha escogido alargar la historia de su más famoso cortometraje de animación para brindarnos un completo de todo lo que su universo ofrece.

 

El hecho de elegir un trabajo anterior para Disney y extender su duración hasta el mínimo permitido para que legalmente se considere un largometraje puede tildarse de una decisión puramente comercial. Y no sería un pensamiento erróneo. Sin embargo, sacándose de encima la visión escéptica y mercantilista, aceptando que el juego es así, y que para poder levantar un proyecto millonario como este hace falta un dinero que necesariamente tiene que llamar al dinero, rasgando un poco en la superficie monetaria en seguida se percibe el romanticismo del proyecto. ¿Qué mejor idea para resarcirse de los últimos fracasos que aquella con la que se presentó en sociedad? Esa idea que ha ido perfeccionando película tras película y que le ha reportado tanto, sin la que su aura prácticamente no sería nada.

 

La visión romántica de la muerte, los agridulces tragos de la infancia, la incomprensión propia y ajena del mundo que te rodea y que deviene en soledad. Pero también el poder de la imaginación, el calor de la familia (desestructurada o no), el fuego del primer amor, la fidelidad de la amistad. Esta es la guía cinematográfica de Burton al igual que las relaciones personales son el dogma de Woody Allen.

 

Frankenweenie

 

 

Es imposible no ver la película como una autobiografía en la que por fin su autor se quita el escudo gótico pop con el que se ha cubierto todos estos años. Victor es el perfecto alter ego de Tim, un niño sin apenas amigos con una inconmensurable pasión por el cine y por su mascota Sparky, quien lo representa todo en el mundo para él. Al luto por la muerte de éste le sucede la imaginación y la convicción del ingenio de Victor, fuertemente fascinado por la ilusión de revivir a su perro. Todo lo demás es una sucesión de gags maravillosos, en los que la realidad animada (en un bellísimo blanco y negro) del equipo de efectos especiales representa a la perfección todo aquello que obsesiona al maestro de ceremonias y que inevitablemente ha llegado a obsesionar a sus fans.

 

El pero reseñable es el diseño de los muñecos creados para la ocasión. La austeridad es un elemento fundamental para que, a pesar de sus incoherencias de guión (que como toda película burtoniana, los tiene), la realidad a la que se nos invita resulte creíble. Sin embargo, lo que en un primer momento con el corto pudo parecer original, ha sido tan autoplagiado y utilizado que no sorprende en absoluto. El stop-motion es envidiable, no cabo duda de ello, pero hemos visto estos personajes antes.

 

La elección de las voces es un perfecto ejemplo del trabajo de casting necesario que hay tras una película de animación. Cada personaje requiere de las cuerdas vocales perfectas y no importa el nombre que tengan, si no el saber actuar solo con tu herramienta vocal. Una llamada de atención a los productores de animación españoles.

 

No se trata de la mejor película de Tim Burton pero sí una obra cumbre dentro de su filmografía que debe entusiasmar a sus acólitos, alegrar a sus detractores e introducir a las nuevas generaciones en su universo.

 

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