Gangster Squad

Gangster Squad (Brigada de élite): Poco negra, demasiado comercial

Etiquetada desde su más temprana concepción como una de las películas a tener en cuenta cuando su estreno por fin tuviese lugar, Gangster Squad es un cúmulo de proposiciones de altura que en su mayoría acaban por los suelos, mermando la ilusión del espectador con cada nuevo plano.

 

Inspirada en una historia real sobre la mafia de los años cuarenta con centro de operaciones en la tierra prometida que representaba la ciudad de Los Ángeles en aquella época, nos cuenta cómo el gángster más temido del estado no cesa en su empeño de ver crecer su imperio a lo largo de todo el país. Para contrarrestar su fuerza, se crea un pequeño equipo de élite (según la traducción al español del título de la película) que, ajenos a las normas por las que debe regirse el cuerpo de policía (aún perteneciendo a él), pueda hacer de la vida de Micky Cohen un infierno.

 

Gangster Squad

 

Aunque visto hasta la saciedad y no hace tanto tiempo en otros géneros (Sly y su banda de selecta senectud, por ejemplo), podría haberse configurado una renovación del cine negro adaptada a los nuevos tiempos que hubiese dejado un buen sabor de boca general. Pero lo que acontece en la sala son dos horas de clichés, descaradas imitaciones de todas las exquisiteces que han hecho del detectivesco el espléndido género que es, sin aportar nada nuevo, incluso resultando hirientes dado el nivel de exactitud de algunas secuencias comparadas con los clásicos.

 

El referente más claro no es necesario ni nombrarlo, puesto que se aprecia ya desde los carteles promocionales de la película. Como tampoco parece tener miedo de dejar a las claras en su acto final el calco sin escrúpulos con el que se emplean de forma icónica los peldaños de una escalera para filmar un tiroteo.

 

Pese a todo, la puesta en escena, la ambientación, el vestuario, las localizaciones y el valor de mostrar la violencia si es necesaria facilitan en gran medida la inmersión en el mundo del hampa de finales de los cuarenta. Sin embargo, el espíritu decididamente comercial con el que nace el proyecto invalida todo aire intelectual, serio o trágico a la narración en aras del espectáculo puro y duro (aunque los diálogos de manual se empeñen en dotar al personaje principal de un mundo interior del que carece). Tiene todos los ingredientes que se le presuponen a una película de cine negro, pero dispuestos de un modo tan predecible que la única sorpresa proviene de la infantilidad de algunas situaciones (la fuga de la cárcel, tonta, ilusoria y común en el cine de antaño a partes iguales). Es un puzzle con piezas vistosas pero para niños de 3 años.

 

Gangster Squad

 

Ruben Fleischer, su director, tiene poca filmografía a sus espaldas pero en un momento en el que los zombies pueblan todas las pantallas habidas en el mundo, aportó algo de originalidad con Zombieland en 2009. Pero aquí esa frescura se ha visto relegada a un par de escenas de acción en las cuales se le ha permitido dejar su impronta, otros dos momentos violentos justificados de pleno y un gusto por la cámara lenta quizá algo excesivo. El resto es la productora exigiendo un filme de fácil digestión y desperdiciando un elenco maravilloso y una historia con engranajes más oscuros.

 

El reparto está conformado por estrellas deslumbrantes con pocos descalabros en sus haberes que sacan todo el partido posible a unos papeles estereotípicos con poco ingenio. Sean Penn no consigue alejar de la mente la desmesurada prótesis ni la imagen de De Niro interpretando a Capone, pues se nota que él también la ha tenido muy presente durante la construcción de su personaje. Josh Brolin tiene un papel del que poco puede sacar, revestido con una odiosa voz en off reiterativa; Ryan Gosling no ofrece más allá de su atractivo y su pose de silencioso canalla, dejando a un lado el intelecto; el poder de seducción de Emma Stone es muy distinto del que ofrecían starlettes y pin ups, reside en su común sentido de lo humano y el humor alejados de las estrellas celosas de todo lo que les rodea, y aquí ambos brillan por su ausencia y Nick Nolte se deja caer diez escasos minutos para que el largometraje recuerde algo a la correcta Mulholland Falls (Lee Tamahori, 1996).

 

Un título llamado a romper taquillas, ambientado en una época grandiosa para las narraciones de calidad con estrellas de relumbrón en todo el equipo que está totalmente desaprovechado por el ímpetu devorador del mercado cinematográfico.

 

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