Ser crítico de cine es divertido pero en ocasiones, puede llegar a ser un fastidio. No me malinterpreten, intento disfrutar del séptimo arte como el que más. Pero es que a veces surgen imprevistos que llevan a equiparar el hecho de cubrir un preestreno a jugar a la lotería. Quizás la película prometa unas expectativas previas y para deleite de todos, la supere con creces. O a la inversa, que el largometraje pinte bien pero sea un tostón insoportable. La más frustrante de todas sucede si el espectador tiene la sensación de haber perdido el tiempo. Legion es un claro ejemplo de esta última situación.

Paul Bettany interpreta a un ángel caído que llega a la Tierra para salvar a la humanidad. Para ello debe proteger al hijo de Charlie (Adrianne Palicki), camarera de un restaurante americano, perdido en mitad de la nada, regentado por Bob Hanson (Dennis Quaid en horas muy bajas) y Jeep Hanson (Lucas Black). Pronto se les unirán personajes estereotipados para hacer frente al inminente Apocalipsis, que en una asombrosa vuelta de tuerca, será liderado por ángeles y fuerzas divinas.

Hacia tiempo que no era testigo de un producto tan ínfimo. Tras unos prometedores cinco minutos que nos llenan de pura nostalgia (con reminiscencias a Matrix y Terminator), llegan multitud de clichés exagerados con pésimo gusto. Ni siquiera la amenaza que plantea el argumento resulta atractiva. ¿Puede alguien explicarme por qué los ángeles toman la forma de una anciana con taca taca? ¿No existe fuerza en la Tierra más poderosa? Menos mal que tras la eliminación de la vieja llegará el hombre de los helados…

El director Scott Stewart (que también es el guionista) ha dado el salto a la gran pantalla con este subproducto tras una notable carrera en películas taquilleras como diseñador de efectos especiales. Para su próxima producción, va a adaptar un cómic. Esta es la verdadera amenaza que vende Legion, la que se disputa dentro del mundo del cine.