Nightcrawler: Buitres nocturnos

El cine puede ser una magnífica fuente para dar a conocer puestos de trabajo extravagantes, de los que poco o nada se sabe en países escasamente proclives al morbo. Aún teniendo España una televisión con un marcado acento vouyerista, la profesión de nightcrawler (un cámara independiente que saca provecho de la desgracia humana para venderlo al mejor postor) todavía no ha llegado a puerto. Por lo que se puede ver diariamente, no falta mucho para que tiña los televisores de rojo.

 

Nightcrawler, el film, relata la vida de Lou Bloom, un don nadie con altas expectativas laborales y vitales que de la noche a la mañana se encuentra conduciendo por las calles de Los Ángeles en busca del atraco perfecto del que poder grabar las imágenes más escalofriantes y venderlas en exclusiva. La película juega a la perfección con el halo misterioso que envuelve al personaje: se desconoce si está atormentado, es un misántropo o simplemente está loco. Lo único que queda a las claras es su total falta de escrúpulos y moral.

 

Jake Gyllenhaal en un fotograma de Nightcrawler

Jake Gyllenhaal en un fotograma de Nightcrawler

 

Son muchas las razones que convierten el visionado en obligatorio, pero sin duda es la fuerza de un personaje sin igual en la cartelera lo que impele a entrar en la sala. Sin restarle méritos a la fotografía o la banda sonora, la recreación del protagonista presenta un cruce entre un Tony Montana moderno y la profesionalidad del conductor de Ryan Gosling en Drive (2011). Ésta y Scarface (Brian de Palma, 1983) son dos referentes innegables de Nightcrawler, en los que no sólo ha puesto su ojos Jake Gyllenhaal para confeccionar el que probablemente sea su mejor papel hasta la fecha, sino que los vientos que soplan en la nuca de la narración tienen su origen en la película de Nicolas Winding Refn.

 

Compartiendo productores pero sin tanto artificio ni recreación en la cámara lenta y los encuadres preciosistas, el film de Dan Gilroy explora los bajos fondos de la ciudad angelina con el mismo tono ofensivo y desesperanzador del autor danés. Los Ángeles que se puede ver no tiene el glamour que las películas hollywoodienses suelen asociarle; más allá, está cargado de sudor y sangre, un ambiente viciado en el que respirar es un preciado regalo, donde la lucha diaria por salir adelante se convierte en algo tan mundano como caminar. Ese sentimiento aplastante de desasosiego constante viene labrado por el patetismo magníficamente dibujado por Gyllenhaal, como también proviene de la fotografía sucia, descarnada de Robert Elswit, quien a través de grandes angulares y con la oscuridad de la noche como protagonista hace de la pantalla un haz de luz hipnótico.

 

Dan Gilroy se destapa aquí como un escritor con imaginación y un director con ideas brillantes. El largometraje es una carrera contrarreloj en continuo crescendo, cogiendo al espectador por el brazo y no dejándole perder la atención ni un mísero segundo, previniendo de que el repugnante personaje principal es capaz de cualquier cosa desde el primer fotograma. Sienta así las bases de una historia que se sostiene sola, condimentada con algunas de las mejores secuencias de persecuciones a cuatro ruedas rodadas en la última década, potenciando el innegable atractivo que tiene el “hasta dónde puede llegar este enfermo”.

 

Con un desarrollo vibrante y un final apoteósico, Nightcrawler es una de las grandes sorpresas que ha dejado el 2014. Una pena que la hipnótica interpretación de Jake Gyllenhaal no tenga el tirón mediático de la temporada de premios; sin embargo, puede que gracias a ello reciba el enigmático apelativo “de culto”.

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