Un cine abarrotado de niños con la intención de pasar una de sus últimas tardes de vacaciones antes de empezar de nuevo el colegio es el contexto perfecto para el visionado de la nueva película Percy Jackson y el mar de los monstruos, dirigida por Thor Freudenthal y protagonizada por Logan Lerman (Percy Jackson), Alexandra Daddario (Annabeth) y Brandon T. Jackson (Grover) como trío principal. A todas luces, es el escenario ideal para cualquier película infantil que se precie.

Tres amigos, entre los cuales se encuentra nuestro héroe, luchan contra el mal para que el bien sea el que reine sobre el planeta, o al menos en la parte de él que ocupa el campamento de mestizos. Mitad humanos, mitad dioses. La premisa ya es buena, y se le puede sacar mucha chicha. Eso es lo que intenta la película desde el primer momento: mostrar las diferencias entre los que son suficientemente buenos como para estar en dicho campamento frente a los que no, gracias a la aparición de un chico, mitad cíclope, mitad dios, que les ayudará durante toda su aventura. Aunque para ello tenga que renunciar a su signo característico de identidad y resignarse a tener una apariencia normal con dos ojos. Buen modo de abaratar costes a la hora de no tener que estar pasando por post-producción todo el metraje de la cinta. Pero aún mejor modo de enseñar a los niños que las diferencias son malas y que hay que ser igual que el resto.

Y no es sólo esta forma de hacer primar la raza superior (en este caso, la mestiza) la que chirría en la peli. Un guión poco cuidado, en el que hay gazapos como que el mismo objeto tenga dos efectos distintos y totalmente contrapuestos en función de la persona, ser o cosa que lo tenga encima, o golpes de efecto gratuitos que pueblan la cinta. Hay muertes estúpidas, que no están para nada justificadas (¡y aún menos cuando se trata de un film para un público infantil!) y que se salvan bajo el leitmotiv de que al final ninguna acción tiene consecuencias.

Pocas carcajadas se escucharon en la sala, lo que ya es un claro indicativo de que algo no funciona, sobre todo cuando se tiene una audiencia tan propensa a divertirse. Sólo en un momento algunas risas adultas sí que tuvieron lugar, todo gracias a un soberbio Nathan Fillion (Hermes) que seguramente hizo cambiar el guión para hacer referencia a la cancelación de una serie en la que actuó y que no llegó a estrenar su segunda temporada. Todo un acierto. Es de ésas cosas que se agradecen cuando eres adulto y ves cine para niños: que haya un hilo argumental que lo englobe todo pero que luego, por encima, haya un diálogo directo hacia los padres. De eso que cuando eres niño no lo pillas pero cuando eres mayor y vuelves a repasar la película te das cuenta de que había un nuevo significado en ella.

Pero también tiene puntos positivos. Claramente, muchas escenas están preparadas para ser mostradas en 3D desde el mismísimo momento de ponerse a dibujar el storyboard. Hojas que caen de un árbol y que inundan todo como si fuera lluvia, partes de un dios que renace de sus cenizas (o de sus porciones) que vuelan por los aires hasta que vuelven a recrear su figura, o viajes cruzando el mar a lomos de un animal mitológico que más bien se han inventado. Aunque esto contrasta con el hecho de que no haya sido rodada en 3D, y que su añadido al final de la post-producción sólo suponga un plus de espectacularidad en cuanto a la imagen se refiere sin sumarle sentido alguno a la historia.