Phillip Morris, ¡Te quiero!: A pares

TitularEmpieza a ser habitual encontrarse con dos directores que trabajan en el mismo proyecto. Los lazos de sangre solían ser la razón principal para esta unión, véase el caso Coen, Watchowski, Farrelly Wayatt… Sin embargo, en la última década estamos asistiendo a una nueva línea de trabajo en la que la unión de dos ideas parece traer sus frutos. Tenemos el caso español de Corbacho y Cruz (que nos brindó un texto en los comienzos de la revista) y otros que han demostrado su buen hacer a la hora de juntar talento como Shari Springer Berman y Robert Pulcini para su American Splendor en imagen real. Con Philip Morris, ¡te quiero! de nuevo asistimos al debut de un nuevo tándem de cineastas que aúnan esfuerzos en su primer trabajo como directores.

La película nace de una supuesta historia real, y es aquí donde radica su atractivo. Sin embargo, a estas alturas del partido, con los ejemplos de Paranormal Activity, El proyecto de la Bruja de Blair, o, incluso, Fargo, el concepto historia real ha empezado a perder su fuerza. No sólo por las falsas historias reales que se nos presentan, sino porque, incluso en aquellas que sabemos a ciencia cierta que tienen una base histórica, empiezan a chirriar bajo los efectos de eso llamado lenguaje cinematográfico. Me refiero ahora a todas esos biopics en los que se edulcora la realidad, se cuentan los hechos en orden equivocado para que tengan un mayor sentido cinematográfico, ya que la vida misma, como todos sabemos, en ocasiones confunde y, en el cine, eso no se puede permitir, si hablamos de cine de grandes masas. Es por ello, que el punto fuerte de Philip Morris, ¡te quiero! pierde su mayor fuerza. Mientras que films como Ray, Invictus o La Pasión de Cristo encontramos representaciones de la realidad dramáticas y vistas con un sentido más o menos serio de acontecimientos reales, en Philip Morris, ¡te quiero! nos encontramos la fórmula de comedia de enredo donde los sketchs se van sucediendo uno tras otro para dar continuidad a la película. Por mucha historia real que tengamos, la consecución de chistes y gags con su propia estructura de espectáculo televisivo hace que se pierda todo contacto con la posible realidad que se nos plantea.

TitularEn cambio, si en algo han sabido jugar bien sus cartas estos nuevos directores, es en dar fuerza a la relación de amor que surge entre Carrey y McGregor. La película se mueve en el terreno del humor surrealista y los chistes exagerados, un humor que se salva por la labor de sus actores principales. Si bien los puntos humorísticos corren a cargo de Jim Carrey, que mantiene su línea de gestos y expresión corporal que definen su trabajo, encuentra en Ewan McGgregor un apoyo muy sólido en su papel de hombre florero, enamorado hasta la médula de una persona incapaz de mantener los pies en la tierra. Sin embargo, es una pena que los dos actores tengan que trabajar con un guión que, a medida que avanza el film, se va diluyendo sin saber cómo terminar, ni tan siquiera cómo empezó.

Se puede decir que el trabajo de dos personas, en este caso, no ha tenido un resultado más sólido como ocurre con otras propuestas, sino más bien lo contrario. En ocasiones, parece que ambos directores no han sabido ponerse de acuerdo sobre una idea y, en consecuencia, han dejado escenas descafeinadas con intención de no ceder uno ante la propuesta del otro.

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