¡Rompe Ralph!

¡Rompe Ralph!: A Disney le falta Pixar

Si Pixar no hubiese puesto el listón tan alto con entregas como Buscando a Nemo (Andrew Stanton y Lee Unkrich, 2003) o la mejor saga de animación de la historia del cine Toy Story, ¡Rompe Ralph! sería una película notable, en lugar de quedarse en un fiasco. Pero la compañía de la lamparita no interviene en la creación de esta nueva aventura digital de Disney y el resultado acucia cierta falta de perfeccionismo.

 

Siendo justos, el departamento de efectos digitales no deshonra títulos como Up (Pete Docter y Bob Peterson, 2009) (a pesar del sacacuartos de la tecnología 3D), y partiendo de la premisa que dio vida a los juguetes del señor Lassetter, Rich Moore y su equipo crean aquí un mundo mágico en el que quienes campan a sus anchas son los personajes de los videojuegos de toda la vida.

 

¡Rompe Ralph!

 

Con un punto de partida brillante y un universo imaginado de manera espectacular arranca la película prometiendo mucho más de lo que finalmente ofrece. Porque los terapéuticos encuentros entre malos, el método de transporte de una consola a otra, la recreación de los mundos infográficos así como la multitud de gags ingeniosamente escritos en torno a las referencias a los arcade, hacen que la primera media hora de metraje sea una delicia para el paladar cinéfilo. Pasados esos primeros derroteros, lo único que acontece es otra moralina con más olor al Disney de toda la vida que al gamberrismo imperante en los últimos años de la animación. Algún que otro chiste de los difusamente denominados inteligentes acontece para que el espectador mayor de 15 años no caiga en el más absoluto aburrimiento o acabe diabético entre tanto azúcar.

 

Los personajes están diseminados como impone la tradición. Tanto que se echa en falta algo de transgresión y sorpresa. Ralph es el terrorífico adversario que en realidad es bonachón y solo pide que se le dé una oportunidad (pensemos en Quasimodo) y su partenaire, Vanellope, es esa pobrecita niña que a base de píxeles endulzados quiere caernos bien pero repele con tanta bravuconada. Sin embargo, los secundarios sí que aportan algo más interesante al filme –la mayor parte de ellos en la figura del comic relief–: desde el némesis de Ralph Félix, un artilugio perfecto para explotar los gags visuales pero también para desenmascarar los vicios de la factoría de los sueños, hasta la pléyade de avatares populares que arrancan las mejores carcajadas de toda la proyección.

 

¡Rompe Ralph!

 

Y he ahí uno de los aciertos pero también el mayor tropiezo del producto. El germen de la historia propone desbocar la imaginación sin ningún límite, pues puede valerse de videojuegos conocidos y sus protagonistas para hacer con ellos lo que quieran, ya sea sacarlos de contexto, provocar el conflicto de unos con otros o humanizarlos. No hay restricciones y las posibilidades son infinitas. Pero en lugar de aprovechar esta multifuncional ocasión deciden relegarla a un segundo plano, cómico, sin mayor interés que relajar el drama. Optan por crear un envoltorio acorde con lo que la compañía debe ofrecer por canon, en lugar de ir más allá. El videojuego creado para la película es una impostura hecha con el único afán de servir de apoyo a la misma moraleja de siempre; y encontrándonos a las puertas del 2013, con los avances no sólo en técnica sino también en incorrección y atrevimiento, una película de las dimensiones de este título tiene que aportar más en lugar de aburrir al personal contando el cuento de siempre, sobre todo cuando ya se ha hecho y el camino se ha mostrado.

 

Los niños lo pasarán en grande con slapstick a raudales, colores, chuches y personajes identificables. Los padres sentirán nostalgia y reirán a base de iconos digitales pero, llegado cierto punto, desearán tener una game boy a mano para hacer que el tiempo pase más rápido.

 

Un consejo, no se debe demorar la entrada al cine pues como regalo navideño la película viene precedida del maravilloso corto Paperman dirigido John Kahrs.

 

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