Solo el fin del mundo

Solo el fin del mundo: Una tarde para decir adiós


Es muy adecuado el estreno de la última película de Xavier Dolan coincida con el fin de las fiestas navideñas. Esa etapa del año en la que las familias se reúnen: se encuentran, se preguntan, hablan, discuten, se violentan, se enfadan, y así hasta el año siguiente. En esa incomprensión ante los que supuestamente son los más cercanos es en lo que se basa su última historia.

 

Marion Cotillard

 

El canadiense nos invita a una visita en particular, basada en la obra del escritor Jean-Luc Lagarce. Louis, un escritor, vuelve a la casa de su familia después de varios años alejado de ellos para anunciar su inminente muerte. Fiel a la obra, Dolan toma a un comedido para la ocasión Gaspard Ulliel como protagonista. Su familia, tan francesa como él (y no canadiense como las pasadas veces): Vincent Cassel, Léa Seydoux, Marion Cotillard y la matriarca Nathalie Baye. Con todos ellos, el hijo pródigo tendrá encuentros, en los que él se mantendrá casi siempre callado, y cada uno le arrojará encima los diferentes sentimientos que su persona les despierta: su madre (Baye), muy en la línea de la anterior Mommy, una mujer con bastantes desequilibrios, su hermano mayor Antoine (Cassel), un machirulo incómodo ante la vida de su hermano, su hermana pequeña Suzanne (Seydoux), una joven ingenua que tiene un recuerdo cariñoso del hermano al que ha echado tanto de menos. Por último, está su cuñada Catherine (Cotillard), una esposa sumisa, un personaje que dará sorpresas al ser la única que comprenda y escuche un poco más que el resto a Louis.

 

Dolan no se aleja de la naturaleza del texto; de hecho la pieza en varias ocasiones resulta muy teatral. Se centra en dirigir a sus actores y estos obedecen: cada mirada, cada gesto, cada palabra, y sobre todo cada grito nos hace entrar en esa enjundia familiar. Normal que Louis se abstraiga de vez en cuando y le vengan recuerdos de su juventud, que vendrán aderezados de una fuerte banda sonora (con hits de Moby y Blink-182).

 

Y, pese a que la puesta de escena siempre ha sido algo digno de resaltar ante la cámara para el realizador de 27 años, lo importante es el trasfondo: aunque toma el texto de una obra -como en Tom en la granja- el argumento se ajusta muy bien a las preocupaciones del director: presentar a la familia como una entidad claustrofóbica, donde no hay lugar para la individualidad. Con apenas unas horas que dura tal visita para volver a las raíces de uno, se comprueba la impotencia que se siente al ver que en la familia, primer núcleo social, los integrantes son muchas veces distintos. Muchos reproches, ira, impotencia y demostración que nadie es tan víctima dentro de esa sociedad que nos viene de forma inherente. Ni siquiera el bueno de Louis, al cuál se lo dejará muy claro su cuñada. («Respeta los estilos de vida de los demás»).

 

El cineasta va al problema sin centrarse en el morbo (no dice cuál es la enfermedad que sufre elprotagonista). Sin embargo, no se despoja de la pasión que inyecta en cada uno de sus filmes. Aquí de hecho agota por llevarlo todo al extremo. Sin embargo, recula y estos litigantes se relajarán. Pero el poso vertido de la inquietud es ya considerable entre el público: suficiente es el estrés latente en el ambiente. Suficiente esos personajes llevados hasta el extremo. Harto cae el telón. Y nosotros estamos conmovidos a la par que agotados sin habernos movido.

Acerca de María Aller

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Madrileña. Comunicadora. Periodista. Sagitaria. Bonne Vivante. Cine. Y festivales, series, libros, cocina, deporte... recomiéndame!

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