Una pastelería en Tokio. Kawase abre el apetito

La realizadora Naomi Kawase pasa del ejercicio de Aguas Tranquilas , donde se exponía a la plena naturaleza y al espacio abierto, al pequeño cubículo que es la tiendecita de paso en Tokio que sirve dorayakis (tortitas típicas de Japón rellenas de salsa de frijoles). En su nueva película, Kawase expone un enfrentamiento muy típico en el cine, el presentar a dos figuras antagónicas juntas que aprenden a convivir. O mejor dicho, uno de ellos descubre por medio del otro una nueva mirada al mundo, en parte gracias a la experiencia de la vida que aporta este segundo. Esto siempre con el sosiego que le caracteriza a la directora: la tradición y el mimo al trabajo se enfrenta -sin brusquedades- a las prisas e iras que padecemos en el día a día actual. Sentaro (Masatoshi Nagase), el propietario del establecimiento vive contenido y ofrece relleno de frijoles industriales. En cambio, Tokue (Kirin Kiki) hace ella misma la mermelada, y el resultado va a saltar a la vista de los consumidores.

 

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La realizadora pone la atención en las manos ancianas y enfermas de Tokue, cuyas ganas de compartir su conocimiento superan su enfermedad; su mal es contagioso, igual que el amor que tiene en su interior. Una historia donde impera la calma. Pese al bullicio de la capital nipona, la fotografía se posa sobre los cerezos en flor y emana todo el candor posible.

 

Vista en Cannes y recientemente en Valladolid, se comprueba que Kawase es como la cocinera protagonista: guisa sus proyectos con amor y mimo. Por eso dosifica bien los ingredientes en el guion (conversaciones sutiles y lentas), la fotografía (acertados encuadres) y en los dorayaquis, que casi somos capaces de olerlos desde el patio de butacas. Todo con un esmero delicioso, cuidado al mínimo detalle. El espectador entra en esa pequeña cocina y siente hambre al ver preparar esos pastelitos. Hasta el mínimo sentimiento traspase por la pantalla y se perciba por el espectador.

 

una pastelería en Tokio

 

Aguas tranquilas es una gran historia, pero Una pastelería en Tokio es más asequible para el gran público. Si Naomi ha pecado de algo en su nueva cita, es de exceso de drama en su trama. Pero el azúcar no quita que el plato final se saboree bien. Al igual que nos expone belleza con esos cerezos como telón de fondo, la cineasta transmite esa exclusión social de la que hace una clara crítica con mucha sutileza. Tenue, eso siempre. No hay una escena más alta que otra pese a las tristezas que evoque: la soledad, el paso del tiempo, la aspereza de la sociedad…

 

Ha sido ovacionada en Cannes y en Valladolid, no es para menos. Aperitivos nipones como estos son necesarios en estas citas cinéfilas. Como el pulso de su compatriota Kore Eda, Kawase pone el suyo siempre en su justa medida, bien dosificado.

Acerca de María Aller

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Madrileña. Comunicadora. Periodista. Sagitaria. Bonne Vivante. Cine. Y festivales, series, libros, cocina, deporte... recomiéndame!

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