Adam Resucitado

Adam Resucitado: Mi Holocausto como un perro

Con cuatro años de retraso llega a las pantallas españolas la última película dirigida por Paul Schrader, responsable de los mejores libretos de Scorsese. Tan tarde llega a nuestro país que ni siquiera se trata de su última película per se, puesto que tiene en post-producción The Canyons, un guión con el despreciable encanto de Brett Easton Ellis.

 

Adam Resucitado nos presenta a un prestidigitador semita que se gana al público alemán (tanto judío como nacional-socialista) con sus trucos. Sin embargo, esto no le salva de vivir horrores, aunque menores, en el campo de exterminio. Conocemos sus sinsabores en los barracones a modo de flashbacks, pues lo verdaderamente atractivo de la cinta es el hecho de que está contada en tono tragicómico desde un excéntrico psiquiátrico, situado en Israel, reservado a pacientes del Holocausto.

 

 

Jeff Goldblum en Adam Resucitado

 

 

No es Schrader quien se encarga del guión, sino Noah Stollman, un desconocido escritor con poca experiencia en su haber y que para la ocasión adapta la novela homónima (aunque en España se ha traducido como El hombre perro) de Yoram Kaniuk. Pese a que el disparador de la trama es ingenioso y prometedor, cuánto más avanzamos en las vidas de los estrambóticos pacientes más aburrido resulta. La llegada del catalizador, un niño con un trastorno canino, que transforma a Adam (Goldblum) y que nos guía hacia sus recuerdos entra tarde, demasiado quizá para que resulte creíble o, al menos, como un elemento conector con la empatía del espectador. Hay lagunas en el acontecer de los hechos que, si bien no resultan demoledoras de la trama, crean extrañeza; el porqué del lugar elegido para el centro, quién lo controla, de qué manera Adam ha logrado conseguir tal libertad entre sus muros, y un largo etcétera.

 

La narración está fechada en 1961 cuando se trata del presente ficticio pero la caracterización así como localizaciones y decorados no son los más idóneos para representar esta época. Se trata más de una sensación que de una realidad, pero al querer dotar, en cierta manera, de atemporalidad al relato se crea un juego de despiste que no ayuda a la familiarización con la representación.

 

El director muestra la experiencia y el manejo del tempo suficiente como para hacer que la película avance por derroteros interesantes. Las escenas en el campo de concentración son, en su mayor parte, sublimes sin la necesidad de caer en el efectismo violento y destructor de tantas y tantas producciones sobre el horror nazi. Lo que no le exime de perder las riendas de la función llegado su último acto. Aquí los delirios son tales que la percepción del propio espectador se confunde casi tanto como la del protagonista y acaba todo por parecer un circo sin pies ni cabeza finiquitado con un desenlace inesperado por pasteloso.

 

El trabajo interpretativo es de enmarcar. Al menos en lo que concierne a su trío protagonista. Jeff Goldblum lleva décadas desplegando su carisma sin escudos, pero hasta esta ocasión le había resultado difícil encontrar un papel tan personalizado en su figura. El peso del drama lo lleva Adam y no se entiende a un Adam que no posea los rasgos faciales de Goldblum, sin sus gesticulaciones extremas y la tosca galantería que caracterizan al espigado actor.

 

 

Willem Dafoe en Adam Resucitado

 

 

Todos los papeles sobre dirigentes nazis, encuéntrense en campos, retiros o su más tierna juventud deberían tener el rostro de Willem Dafoe. Años de interpretar a villanos, sin duda atribuidos por esa cara marcada que no le ha dejado otra opción, exigen la idea lógica de que no hay mejor persona para el papel que él. Su ardua versatilidad conseguida a pesar de su físico le convierten en uno de los mejores actores de la historia por derecho propio.

 

La femme fatale de la obra es Ayelet Zurer, actriz israelí acomodada en papeles secundarios fatigosos de recordar pero con unas dotes interpretativas que hacen imposible su olvido. El exotismo de sus atributos faciales le han permitido ejecutar papeles de diferentes nacionalidades, excéntricos unos y sobrios otros, pero todos con acierto. En esta función cumple sin peros con esa loca sexualidad proveniente de su posición que su personaje le demanda sin ser una mujer explosiva. Es una lástima que las motivaciones de su personaje no queden claras desde el origen.

 

Un arriesgado intento por mostrar algo diferente a lo que en desmesuradas ocasiones se nos ha contado sobre el genocidio nazi, que aún con las mejores intenciones acaba perdiéndose entre las muchas direcciones que el relato ofrecía.

 

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