Díaz: no limpiéis esta sangre

Díaz, no limpiéis esta sangre: Protestas exacerbadas

 

Los movimientos de protesta, tenga ésta el cariz que se estime dependiendo de la época retratada, son un caldo de cultivo boyante para el cine. Sobre todo cuando tienen una base en la realidad. La gran ventaja que ofrecen es la posibilidad de plasmar lo acontecido desde una infinidad de puntos de vista.

 

Y así lo lleva a término Daniele Vicari en su recreación de la tragedia ocurrida en 2001 en la escuela Díaz, cuando la policía arremetió sin piedad contra cientos de activistas que aprovecharon la reunión del G-8 en Génova como foco para sus protestas. Eligiendo como núcleo narrativo el lanzamiento de una botella en plena calle que estalla contra el asfalto cuenta una serie de historias conexas con las que poder dar voz a todos los implicados. Dicha imagen (la botella resquebrajada) no es virtuosismo técnico pero sí, al menos, pasable. La duda es si tanto como para usarla una y otra vez reiterativamente y sin imaginación.

 

No consigue, sin embargo, desembarazarse de los arquetipos manidos esperables en películas con planteamientos demasiado pretenciosos para el resultado final que ofrecen. Es decir, la realidad a la que se apega el libreto es imborrable, pero como es necesario darle un arco con el que poder poner en movimiento a los personajes se crean situaciones en las que la solución fácil es demasiado tentadora como para obviarla. Periodistas intrépidos que desoyen las súplicas de jefes preocupados, policías con conciencia que se dan cuenta demasiado tarde de las consecuencias de sus actos, jóvenes con principios, jóvenes sin principios. Un abanico de caracteres pintados de la forma más sencilla posible en los que se ahonda poco o nada, dada la desmesurada extensión de intérpretes en la producción, lo que hace que los intereses de cada uno de ellos sea invisible para el espectador, más allá de la propia caracterización de cada cual.

 

 

Díaz: no limpiéis esta sangre

 

Concediendo benevolencia al error que implica despreocuparse de los personajes en una película de personajes, es necesario conceder crédito al apartado de casting. Siendo tan complejo, es de agradecer que el filme sea estricto a la hora de escoger intérpretes con procedencia igual a la de su personaje, y por tanto, similar idioma. Lejos de suponer un lastre, dota de verdad a los diálogos y muestra con fidelidad las dificultades logísticas con las que puede encontrarse un grupo de activistas. El nivel interpretativo del elenco solo puede contemplarse de forma global, nadie destaca dentro de lo que supone una masa bien conjuntada pero falta de personalidad. El único atractivo para el público español reside en ver a Esther Ortega, una actriz del territorio que ha trabajado mucho en producciones italianas y que aquí únicamente se deja ver en un par de secuencias, pero al menos nos representa de manera fidedigna.

 

Vicari se pierde entre tanta subtrama y no concede importancia a ninguna en particular para poder centrarse en la testificación de los horribles sucesos acontecidos. No obstante, en el dubitativo comienzo de la función quiere disfrazar sus intenciones intentando dar voz a todas las partes pero una vez que ha presentado a los personajes sus credenciales se vienen abajo y la violencia es la protagonista. Quien sabe si en un afán por vender la película como algo más que enmienda política se dejó llevar o si es la única posibilidad narrativa que se le presentó, pero lo cierto es que una vez que hace acto de presencia la sangre el crescendo es tal que tanto vilipendio supone un tedio, que más que horrorizar termina por resultar hiriente por la falta de agudeza visual.

 

Para sorprender con cine político de denuncia es necesario mucho más que decenas de personajes típicos y la violencia desmesurada sin control.

 

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