Les Lyonnais

Les Lyonnais: Honor y crudeza en las chabolas

Inspirada en las memorias de Edmond Vidal (Por un puñado de cerezas), Les Lyonnais cuenta la historia de una famosa banda de ladrones de bancos que se hizo con el poder durante los años 70 con un Lyon como telón de fondo crudo y descarnado.

 

Olivier Marchal se sirve de este relato para rodar su cuarta película como director. Si bien sus anteriores filmes representaban el mundo del crimen desde el lado del bien (teniendo como referencia sus años en la policía), en la que ahora nos presenta se centra en el personaje de Vidal para retratar a un hombre que ha dejado atrás su pasado y vive ahora una vida plena y feliz, pero que al ver alterada su tranquilidad se debate entre su familia y el honor a la amistad.

 

Les Lyonnais

 

Gracias a una poderosa fotografía, a una lograda ambientación setentera y al jugo que le exprime a la ya de por sí interesantísima historia del mafioso consigue que ese dilema interno sea el eje central, el motor de todo el entramado, sin abusar demasiado de la violencia (que la hay) o el sentimentalismo barato (que también está presente, pero es caro).

 

Quizá sea achacable el uso de esa herramienta a veces tan incómoda que son los flashbacks. Saltos continuos entre el pasado y el presente para explicar la diatriba en la que se encuentra el personaje, necesidad de títulos explicativos para hacernos saber época y lugar en el que nos sitúa el recorrido de la historia y sobre todo, lo más odioso, la maldita vuelta al pasado con imágenes ya expuestas anteriormente, reiterativas y redundantes con las que nos simplifica el clímax final, el «para tontos» que últimamente resurge tanto.

 

Les Lyonnais

 

Con claros referentes en la mente del director que podrían ir desde Coppola hasta Friedkin, Marchal consigue algunos momentos de pura tensión rodados con una solvencia y una eficacia envidiables. Mérito suyo son las persecuciones automovilísticas que traen a la memoria títulos como Ronin (John Frankenheimer, 1998), los tiroteos callejeros dignos del mejor Michael Mann o la emboscada policial que perfectamente podría haber tenido lugar en un western del mismísimo Leone (espectacular el arresto en el campamento gitano).

 

Tanto Gérard Lanvin como Dimitri Storoge, (uno sexagenario, el otro treintañero) están impecables en su interpretación de Momon, como es conocido el capo. El primero por su mirada penetrante, llena de sabiduría pero también de dolor, nos sumerge en el drama del protagonista, nos golpea con su angustia solo con arquear las cejas. El joven Storoge, a su vez, representa la inocencia con la que se adentra en el mundo del crimen y gracias a la progresiva torsión de su gesto nos hace testigos del ritmo vertiginoso con el que madura el personaje, las ansias de éxito y de dinero, el sentido de hermandad incorruptible que va adquiriendo con los años. También se pasea por la función el más mediático Tchéky Karyo (enemigo de Will Smith en Dos policías rebeldes [Michael Bay, 1995]), que si bien su papel tiene una importancia mayúscula en la historia, su presencia pasa bastante desapercibida.

 

Les Lyonnais

 

Sin embargo, hay un claro problema de identificación en el reparto de la película. Algunos de los intérpretes de los miembros de la banda en la juventud nada o muy poco tienen que ver físicamente con sus supuestos sosias de la tercera edad. Es complejo entender a quién se están refiriendo en ciertas etapas de la película, a través de las similitudes físicas que se dan por sentado cuando no son evidentes.

 

La posible influencia que ejerza la biografía del director en el tono que adquieren sus películas es algo latente, no ya sólo por la cuestión antes mencionada de que en su juventud fue policía (lo cual dota a las escenas de ciertos verismo callejero que, supongo, habrá vivido en sus propios huesos), si no que además su forma de adentrarse en el mundo del cine fue mediante la interpretación, lo que hace que se confirme como un director de actores solvente cuanto menos.

 

Olivier Marchal está muy cerca de conseguir su propósito, que no parece ser otro que convertirse en el Scorsese francés.

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