Mi encuentro con Marilou

Mi encuentro con Marilou: Buscándose un hueco en la costa francesa

Después de Mis tardes con Margueritte Jean Becker nos sumerge, que no sorprende, en otro filme con nombre de mujer, Mi encuentro con Marilou. Fiel a su estilo, con largos planos descriptivos que dejan contemplar las intensas situaciones internas de los personajes. Pequeñas reacciones naturales que nos acercan a los estados de ánimo, de una manera lenta y pausada.

 

La historia parte del cruce de dos personas en diferentes crisis vitales. Empieza introduciendo la rutina del pintor Taillandier. Una vida cómoda en una pequeña casita de la campiña francesa, alejada del caos de la ciudad. Una mujer perfecta que le acompaña en sus días. Y una familia feliz que le visita en su cumpleaños. Pero a sus más de sesenta años se encuentra estancado. Esta realidad monótona del protagonista se ve reflejada en sus cuadros, que representan siempre las mismas figuras y temas.

 

La iluminación y el espacio nos sitúan en la depresión y el agobio. Ante un ambiente tan idílico (se mantiene en los espacios abiertos que acercan la libertad), el director transmite el aprisionamiento del protagonista cerrando el encuadre, utilizando una escenografía saturada y poco espaciosa, e iluminando como si de una mañana en la que nos cueste levantarnos se tratase. Y es que no hay nada que un depresivo quiera más que pasar sus horas durmiendo. En este caso Taillandier ha perdido el rumbo de su vida, y el realizador además recurre a los recuerdos como una manera narrativa para mostrar la psique del personaje.

 

Mi encuentro con Marilou

 

La tristeza y ansiedad son las que propician el encuentro entre dos personas perdidas en sus tormentas personales. Al principio resulta surrealista el acercamiento entre ambos. Y justo por eso, después de un rato, el espectador puede adivinar que si éstos no se separan es porque se han dado cuenta de que se necesitan. La chica necesita de una figura que la valore y Taillandier de una persona que le inspire y le devuelva la vitalidad. A partir de aquí se empieza a definir el carácter de ambos personajes. Una, impulsiva y cabezota que lucha contra viento y marea, necesitando que alguien la estabilice. El otro, un viejo cascarrabias que no busca complicaciones. La unión se produce porque ambos necesitan cambiarse y equilibrarse mutuamente.

 

Patrick Chesnais interpreta al artista atormentado. Su actitud física refleja a la perfección el sentido de amargura del interior del personaje, introduciendo a la vez esa pequeña sonrisa cargada de sentimiento. La pequeña Marilou también es llevada a cabo por una inexperta Jeanne Lambert. A pesar de que sabe ponerse a la altura del papel y de sus compañeros de reparto, en ciertos momentos, la falta de naturalidad hace perder credibilidad. En cuanto a los secundarios, nos encontramos con la veterana y excelente Miou-Miou en el breve papel de la mujer, y a Jacques Weber como el racional consejero y amigo del pintor.

 

La costa francesa terminará de servir de escenario para las transformaciones del pequeño mundo que forman los dos. Su escapada está rodeado de un paisaje pintoresco, repleto de azules y blancos, con la arena y la brisa marina a modo de terapia. Un mundo idílico para volver a inspirarse. ¿Conseguirán juntos resolver los problemas y echar a sus fantasmas? Una película hecha a la idea de Becker y con alter egos del mismo. A todas las edades el espectador podrá verse reflejado en varios personajes y situaciones. Porque ante todo habla de sentimientos, sentimientos y pensamientos cotidianos, que brillan por su naturalidad.

 

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