Mil noches, una boda

Mil noches, una boda: Vivir así

Dirigir a veces es cosa de dos. Y también de tres. El trabajo en equipo a seis manos parece descabellado, pero si hay armonía entre todas las partes, hay buenos frutos. Y si se trata de un proyecto íntimo habrá más empeño; si encima es sobre la madre de uno de ellos, todavía habrá más alma.

 

Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger, y Samuel Theis, compañeros de clase de la escuela de cine se juntaron para escribir y rodar la vida de la madre de Samuel, Angélique Litzenburger. Tenían tan de primera mano la historia que contaron con los protagonistas reales, empezando por la protagonista. Ella, personaje y actriz –son la misma– son fascinantes. Como bien se titula en original, ella, se sigue sintiendo una Party girl, digan lo que digan porque le da igual. Sigue ejerciendo de dama de compañía en un burdel cutre.

 

Como ya hizo en el terreno patrio Paco León regalándole a su madre las dos partes de Carmina, Theis traza un retrato de su madre, que hace colaborando con sus dos amigas. La progenitora gala es también digna de homenajear. Al igual que la sevillana esta mujer oriunda de la frontera con Alemania se pone el mundo por montera y su libertad va por delante. Pese a que eso signifique no asimilar el rol de madre con sus cuatro hijos. El trío al mando le hace una presentación redonda: bajo unas saturadas luces azules y rojas se presenta un cabaret de frontera, con gente chabacana dentro. Ella está en la barra, esperando poder atender a quien requiera de sus servicios. Esa noche cierra el garito sola. Adicta al tabaco y al alcohol, este mundo nocturno es su hábitat. Pero Angélique es casi sexagenaria, y los clientes –y el poder de atracción- están desvaneciéndose. Una noche aparece Michel (Joseph Bour), uno de los muchos tipos burdos que frecuentan el local; el hombre tiene buen fondo y empieza a intimar y comienza una relación.

 

Angélique Litzenburger, Mil noches una boda

Imagen de la película Mil noches, una boda

La mujer se topa así en la nueva etapa vital con la supuesta felicidad instaurada socialmente. Al menos ese final feliz esperado para ella. Sin embargo, aunque el volcán ya no esté en erupción, no significa que el magma de su interior se haya cristalizado; puede que haya más lava que arrojar.

 

En este relato no hay prejuicios por ningún lado. Es casi un trabajo sociológico, o un análisis de las conductas de un ser que va por libre según lo establecido. El guion muestra a alguien que vive y vivió como quiso siempre. Ve poco a dos de sus hijos, otro vive fuera y a la más pequeña, una adolescente de dieciséis años, se la quitaron hace años para enviarla a una familia de acogida. Angélique es retratada con sus fuerzas pero también con sus miedos, porque es frágil. Tanto arrojo esconde también una mujer débil que se acentúa más ahora que está en un punto de inflexión tan serio como es la jubilación. Ahora este espíritu libre decide casarse.

 

Los realizadores han plasmado el relato de la forma más verídica posible: es ficción con carácter documental, pero emana realidad. Mucha cámara en mano, mucho plano detalle para seguir a la dama, mucha escena casi auténtica. Desde el vestuario de colorines barriobajero hasta las broncas son de rabioso realismo y no es para menos. Su brutal carisma es la fuerza del largometraje.

 

Unas manos más expertas habrían alcanzado más escalones, pero para ser un proyecto novel, los noventa y cinco minutos de metraje están a la altura de un personaje tan genial.

Acerca de María Aller

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Madrileña. Comunicadora. Periodista. Sagitaria. Bonne Vivante. Cine. Y festivales, series, libros, cocina, deporte... recomiéndame!

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