Perdidos en la nieve

Perdidos en la nieve: El entretenimiento manda

Perdidos en la nieve, la nueva película del director noruego Petter Næss, aboga por un tipo de cine complicado que ha sido visto con anterioridad en no pocas ocasiones. En un plano esquemático es un ejercicio donde los antagonistas están condenados a entenderse. Como argucia artística, se trata de un intento por aunar dos aspiraciones dispares que, de no tener un planteamiento claro y una dirección ágil, contaría con más probabilidades de resultar fallido que exitoso.

 

En el filme se narra un hecho verídico acontecido el 27 de abril de 1940 durante un duro invierno noruego, (¡cómo debe ser enero!), en plena Segunda Guerra Mundial. Dos aviones caen abatidos, uno por cada bando. Tres soldados alemanes y dos ingleses sobreviven y acaban perdidos en un remoto paraje en el que lo único visible en kilómetros a la redonda es nieve a raudales y una cabaña. Se ven obligados, por tanto, a convivir juntos bajo el mínimo techo provisto con el fin de sobrevivir a las inclemencias del clima.

 

Como decía, dos son las vertientes personales que Næss quiere hacer confluir. Por un lado, su necesidad de contar una historia solemne, de humanidad y de protesta contra el absurdo que es la guerra. Por otro, el afán por divertir y entretener, encontrar un ramillete de posibilidades que en un principio parece escaso pero que finalmente acaece como un manantial. Y esto último resulta una sorpresa agradable, ya que de antemano el largometraje no promete un ritmo vertiginoso; empero, rompe durante su progreso el carácter protestante que el director se autoimpone. El supuesto clamor contra los crímenes que batalla tras batalla se cometen contra la humanidad está eclipsado por el empecinado y visible florecimiento de la amistad entre los combatientes.

 

Perdidos en la nieve

 

Estos gestos de cariño que interrelacionan a los personajes crecen en intensidad a medida que los minutos van pasando y una vez más el límite parece estar más influenciado por los mandamientos de la cinematografía y los llamamientos al sentimentales que las propias reglas de la vida. El imperativo de hacer virar el giro argumental hacia un entendimiento mutuo por parte de los soldados (de escasa credibilidad, dada la emotividad de algunos de los diálogos) revierte en unos hechos un tanto predecibles, que si bien han podido tener lugar en la realidad, no dejan de estar presentados con demasiados detalles explicativos que supeditan la sorpresa a la estulticia o ilusión del espectador (cuando no ambas juntas). Aunque haciendo justicia, estos momentos en los que la comercialidad de la película manda, a pesar de estar rodados con gusto por la reiteración, aportan al metraje facilidad y frescura.

 

Los personajes deben a sus intérpretes y a los directores de casting la definición tan específica que hace único a cada uno. Los rasgos físicos de los integrantes son dispares entre sí lo que ayuda a la identificación en un entorno hostil para tal objetivo. Tan reconocibles llegan a ser gracias al esmerado trabajo de caracterización que el extremo opuesto se vislumbra y los tópicos de teutones y angloparlantes más extendidos no quedan lejos de la imagen que el autor pretende mostrar de ellos.

 

La voluntad del cineasta de la obra en cuestión es demasiado grandilocuente y sus aspiraciones empequeñecen de manera proporcional al crecimiento de la diversión en la película. Una alegría para aquellos que esperasen de ella demasiado seso y poca acción; una decepción para filósofos antibelicistas; y un entretenimiento inocente para quienes disfruten del cine más allá de temáticas, opiniones o situaciones predecibles.

 

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