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Reality: Ignorancia, esperanza y delirio en Gran Hermano

Gran Hermano –ese esperpento, perpetrado por supuestos sociólogos con la desfachatez de justificarlo con el clásico de George Orwell– ha quebrado más mentes y generado más daño que beneficios. La fama inmerecida a cualquier precio es el nuevo objetivo para toda persona perdida sin más inquietud que el dinero fácil. Y gran parte de culpa la tiene este reality.

 

En este largometraje se nos cuenta el viaje a la locura de Luciano, un enternecedor pescadero (y timador) de un barrio de Nápoles, que al contemplar la posibilidad de entrar en el dichoso concurso deviene en una espiral sin salida de ilusas proporciones.

 

Esclarezco la sinopsis porque la premisa puede llevar a error. Desde el escaso marketing de la cinta puede pensarse que se trata de una comedia donde se explotan los clichés del programa televisivo y se satirizan sus personajes. Este argumento, aunque podría haber dado lugar a una comedia que (bien manejada) resultase hilarante, posee un potencial infinitamente menos interesante para el target objetivo al que se dirige la producción que la trama real de la cinta.

 

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Sin embargo, lo que Matteo Garrone nos presenta (con la misma propuesta formal que en su anterior filme: largos planos secuencia) es un cuidadoso estudio sobre el perjuicio que puede causar en una persona (y en su entorno) la fama mal entendida, el anhelo de una posición social conseguida fácilmente y el idolatrar obtusamente a personajes que no merecen ningún tipo de atención.

 

Con un arranque que homenajea a Amarcord (1973) –pues las reminiscencias al cine de Fellini y el neorrealismo son más que obvias a lo largo de la función (desde la escena de apertura en la boda hasta las localizaciones, Cinecitta incluida)– pasa la primera hora sin que nos demos cuenta de que el tiempo existe. La presentación de tan extravagantes personajes permite disfrutar de un entretenimiento tan bonito y enternecedor como simple. La gran familia protagonista es un ramillete de situaciones tragicómicas que tan pronto rompen al espectador en pedazos como lo llevan hábilmente por el terreno de la delincuencia hasta conseguir que la empatía sea inevitable.

 

Pasados esos dos primeros actos en los que familiarizarse con Luciano y los suyos es un placer, todo empieza a girar sin control hacia un agujero en la narración que provoca un sabor agridulce. En su esfuerzo por mostrarnos lo dañino de la banalidad de la televisión actual, el guión vuelve al personaje principal completamente loco con una serie de cabriolas innecesarias e inoperantes que nos guían hacia un final visualmente poético pero vacío. La transformación del personaje es correcta, sin alteraciones inabarcables pero también desmedida.

 

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Para su segunda incursión en el largometraje, Garrone ha conseguido por fin contar con Aniello Arena. Este fornido actor con rasgos faciales similares a los de Stallone está recluido en prisión en la vida real y no pudo ser partícipe de Gomorra (2008). En este Reality aprovecha la ocasión, dando rienda suelta a su talento, interpretando un papel ideado exclusivamente para él. Complementa a un personaje brillantemente escrito infundiéndolo de su propia vida.

 

Una película necesaria para todos aquellos que malinterpretan los rayos catódicos y para quienes echen de menos al maestro Fellini.

 

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