Tres Veces 20 Años

Tres Veces 20 Años: 60 años no son nada

¿A qué edad hay que dejar de sentirse joven? ¿Cuándo debemos aceptar que ya no estamos capacitados para hacer ciertas cosas? ¿Ser sexagenario significa estar apartado de la sociedad? ¿Ayudarse de una barandilla para salir de la bañera implica que no podamos prescindir de ella? Estas son las preguntas que plantea la segunda película de la directora francesa Julie Gavras, hija del polémico director griego Costa Gravas.

 

Adam (William Hurt) es un reputado arquitecto cercano a las seis décadas que se ve acorralado por su mujer Mary (Isabella Rosellini) para aceptar que necesitan cambios en su día a día y así vivir la senectud cómodamente. Gavras firma con pulso una historia común desde todos los puntos de vista posibles, sin tomar partido por ninguno de ellos, como si de un análisis estructural de la vejez se tratase.

 

Tres Veces 20 Años

 

Apoyada en un gran William Hurt, presenta la forma que tienen los hombres de aceptar el recuerdo constante de quienes fueron y no volverán a ser. Adam ve cómo la reputación que ha cosechado durante su carrera no hace sino convertirle en un dinosaurio y necesita probarse a sí mismo que es capaz de renovarse rodeándose de estudiantes, que podrían ser sus hijos, para llevar a cabo un proyecto. Es quizá el personaje más redondo de la película, un hombre que cree tener claro lo que quiere pero se ve obligado a cambiar cuando la realidad le abofetea en la cara.

 

Mary, por su parte, se aferra a su sexualidad para intentar obviar su edad. Sentirse deseada y desear a alguien es la manera que tiene el personaje de combatir el paso de los años. A pesar de que el esfuerzo de Rosellini por endulzar al personaje es encomiable, la cabezonería de la que hace gala Mary durante todo el metraje para intentar que Adam actúe acorde a su edad consigue que empatizar con éste no sea difícil.

 

Tres Veces 20 Años

 

El resto del reparto no vacila ni un solo plano delante de estos dos profesionales, si bien sobresale Doreen Mantle con llamativa fuerza. Actriz de televisión inglesa que se ha prodigado poco en cine, demuestra en su papel de Nora cómo se debe afrontar el haber vivido una vida larga y próspera sin hacer aspavientos porque se acerque el final.

 

A pesar de ser contada como una comedia romántica sobre la tercera edad, crea en el espectador la atmósfera constante de un drama por venir. Sin embargo, lo hace de una manera tan carente de maldad, sin crear la sensación del giro drástico por el puro espectáculo, dando a entender que todo fluye de una manera naturalmente progresiva que nos lleva hasta un final un tanto acelerado.

 

Un bonito relato sobre cómo envejecer dignamente que servirá de reflejo especialmente para todos aquellos espectadores nacidos en los cincuenta.

 

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