Alacrán enamorado

Alacrán enamorado: Espectacular cine social

Qué tiene el cine de perdedores que tanto nos pone. La novela que escribió Carlos Bardem mezcla boxeo, neonazis, romance y un entrañable y alcohólico perdedor. Por eso Santiago A. Zannou, cuando terminó de leer el libro, llamó al mayor de los Bardem (él cuenta que llorando) para convencerle de que él era el hombre que tenía que adaptar Alacrán Enamorado al cine. Así que los dos se pusieron mano a mano con la adaptación, y aunque la película tiene ciertas fisuras de credibilidad en algún momento, el guión que firmaron contenía una historia sobre superación abrumadora y sobre todo estaba lleno de personajes muy bien construidos. De esos que memorizas sus nombres cuando sales de la sala.

 

Carlomonte es uno de esos personajes que se te grabarán en la memoria. Un ex boxeador que ha tirado su vida por el desagüe. Vive en un cuarto lleno de mierda en el mismo gimnasio e ingesta cantidades considerables de whisky. Pero es un tipo noble y Carlos Bardem lo interpreta de manera soberbia. Es posible que recuerde al Morgan Freeman de Million Dollar Baby pero no importa. Este entrenador de boxeo acoge en su gimnasio a un joven perdido entre el odio de un grupo neonazi (Álex González) y le ayuda a redimirse. Pero no es tan fácil si un tipo como Luis, el cabecilla de la banda al que pone rostro un inconmensurable Miguel Ángel Silvestre, no está por la labor.

 

Alacrán enamorado

 

Alacrán Enamorado no es más que la historia de un chico, sus contradicciones y su redención. Pero la película camina entre dos universos sobre los que se ha escrito y filmado infinitas obras. Uno es el boxeo, tanto Zannou como Hovik Keuchkerian han sido boxeadores y por tanto el retrato de este deporte está a salvo. Las peleas son realistas y tanto encima del ring como fuera se pude oler y tocar el sudor. Los golpes duelen y la sangre salpica. Pero lo importante es el significado -dentro y fuera del cuadrilátero- de volver a levantarse.

 

Por otro lado tenemos un retrato de las dos caras de los movimientos neonazis, la de los chicos violentos que limpian las calles, difícil olvidar y superar el retrato de Edward Norton en American History X, y la cara del tipo que se mueve en las altas esferas y manipula las almas descarriadas en su beneficio. Interpretado aquí por Javier Bardem, un personaje tan cínico e irónico como terrorífico. Lo clava, claro.

 

La película tiene un ritmo imparable, no mirarás el reloj nunca. Y la acción está rodada con un gusto exquisito hacia la espectacularidad, como esos créditos donde la violencia se retrata con un filtro rosa y canciones furiosas. Sin embargo, no siempre estos americanismos que delatan la presuntuosidad del producto son acertados. Como ocurren con las las escenas de sexo entre la guapa Judith Diakhate y González, que parecen videoclips. Yo, particularmente, abogo por las escenas sucias de Carlos Bardem envenenándose con ese elixir escocés de dos destilaciones o a Miguel Ángel Silvestre moviéndose entre las esquinas, andando intimidante y lleno de odio.

 

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