Ayer No Termina Nunca

Ayer no termina nunca: A pesar de la vida

La necesidad incesante de algunos autores por abordar una y otra vez los mismos temas a lo largo de su carrera puede suponer dos cosas: que deje al descubierto una falta de imaginación acuciante o, por el contrario, que aún bordeando siempre pesquisas similares se componga una obra mayor tras otra (aunque los descalabros también estén presentes).

 

Isabel Coixet pertenece al segundo colectivo, en el que podemos encontrar a muchos de los grandes cineastas de las últimas décadas, que obcecados por encontrarle un sentido a la vida intentan plasmar su visión en la retina de los espectadores. Woody Allen es probablemente el mayor de los ejemplos. La obsesión de la realizadora catalana por encontrarle sentido al dolor de la pérdida, al miedo ante la muerte, la superación personal y la erosión de las relaciones personales no suponen el súmmum de la creatividad pero sí lo es su particular forma de narrarlo.

 

Cuenta la artífice que la idea para esta delicia apareció en su mente por lo cercano de una tragedia más de cuantas esta crisis ha hecho germinar. Un hombre y una mujer se encuentran tras años de separación en un paraje inhóspito, repleto de austeridad y cemento y, aparentemente, desolado. Solo a través de la conversación se descubre entonces quiénes son, porqué están allí y lo que significan el uno para el otro.

 

Javier Cámara y Candela Peña en Ayer No Termina Nunca

 

La Coixet directora demuestra aquí que sigue teniendo un ojo especial para captar la belleza en los recodos más insospechados. Nadie como ella para aportar con la cámara en una nave industrial de Igualada, elegir el encuadre acertado con el que decirlo todo sin necesidad de hacer que los intérpretes abran la boca. No es fácil encerrar a los personajes en un espacio mínimo y ofrecer una historia con tantos objetos de estudio. Su cámara nerviosa cuando los personajes se enfrentan a la realidad, los acertados planos generales que potencian la separación entre hombre y mujer, la apagada fotografía con la que se impregna de tristeza la pantalla. Todo ello supone un plus a la experiencia del visionado en el que es muy difícil no dejarse llevar y soltar lágrima, debido en parte a este añadido que la realización evoca y en una mayor parte a las facilidades implícitas en el drama que el libreto acomete.

 

Toda la brillantez que le permite lucirse película tras película fotografiando a sus actores ve disminuido su impacto en el firmamento de los grandes autores por culpa de sus faltas (menores aquí) como escritora. Es una de esas guionistas con pensamientos cotidianos llevados al extremo que mediante una poesía barata pretende dar profundidad a la voz en off de sus creaciones. De manera sorprendente, en este relato sobre el tratamiento del dolor, deja bien claras sus cartas desde el principio. Si bien los devaneos para alargar la aparición del nudo argumental son forzados (demasiadas frases inacabadas incluso para una conversación incómoda), la autora sabe que la fuerza de la historia está en estos dos personajes tan reconocibles e identificables, y los trata con tanta sencillez y honestidad que ofrecen múltiples caras desde las que poder empatizar. Todo lo que se haya podido establecer sobre lidiar con la pérdida, el abandono, el avanzar ante los pesares de la vida e intentar hacer del olvido un amigo, está aquí perfectamente estructurado. Es inevitable, claro está, no caer en la pedantería en momentos puntuales; no obstante, algunas frases son perlas que alejan al espectador de la sensación de estar siendo instruido. Y, en cualquier caso, esa ínfula autoimpuesta de líder espiritual debe aquí ser perdonada por el acertadísimo uso que hace de los males de la crisis para contextualizar los golpes.

 

Javier Cámara y Candela Peña en Ayer No Termina Nunca

 

Tratándose de una película mínima, con un único espacio escénico y dos personas, Javier Cámara y Candela Peña son el obligado punto de fuga de la función. El primero demuestra que cuando quiere alejarse del papel que le brindó la fama en televisión y saca al tremendo actor que lleva dentro es capaz de dar vida a cualquier arquetipo sin esfuerzo aparente. La cercanía de su papel viene de él mismo, de su forma de ser, no de una intrincada sumersión en el método actoral. Peña ofrece una respuesta igual de óptima ante el titán que tiene delante. Brilla cuando debe hacerlo y dejar brillar a Cámara si es lo que tiene que hacer.

 

Esta versión libre de la obra de teatro Gif de la holandesa Lot Vekemans es un inspirado trabajo cinematográfico con una espléndida dirección y unos intérpretes libres y entregados totalmente a su trabajo.

 

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