El Gato Desaparece

El gato desaparece: Un capricho de Carlos Sorín

El drama ha sido el ambiente cinematográfico en el que Carlos Sorín se ha estado moviendo, y muy bien por cierto, hasta el día de hoy, cuando le ha dado por probar con el género. Entre Hitchcock y Polanski el autor de esa emotiva obra llamada Historias Mínimas ha rodado El gato desaparece, un thriller blandito cuya intriga se desparrama a lo largo del metraje.

 

La locura como tema principal le ha servido a Sorín para esbozar un guión donde el suspense aparece y desaparece como el Guadiana y cuyo final es un gatillazo en toda regla. Un profesor universitario vuelve a casa tras recuperarse (aparentemente) de un brote psicótico. Su mujer no está del todo convencida de la mejoría de su marido y los papeles comienzan a invertirse. Un drama psicológico rodado a lo Polanski, con poca intensidad y donde los puntos fuertes no consiguen anclar al espectador en la butaca. El problema radica principalmente en el exagerado comportamiento de la protagonista, que entre sueños y paranoias cae en un estado febril de ansiedad y angustia que no traspasa la pantalla. La culpa no es de Beatriz Spelzini, la inverosimilitud del arco del personaje es una trampa para esta actriz, que se salva de la quema por los pelos.

 

El Gato Desaparece

 

El acierto de la película es, sin embargo, la causa de que no se pueda tomar en serio: su sentido del humor. La sonrisa burlona que estaba detrás de cada película de Hitchcock parece estar representada aquí por Luis Luque, el actor consigue un equilibrio perfecto interpretando a ese respetado profesor universitario y buen marido con problemas psiquiátricos. Luque desprende locura, ternura e ironía. Su sombra, de la que Sorín hace uso como si del nuevo Nosferatu se tratase, es demasiado alargada como para sentir empatía por el personaje femenino, que debería ser la clave del filme.

 

El gato, que desaparece tras el regreso del enfermo, es supuestamente una escusa para retratar la turbia evolución del personaje de Spelzini. La trama del felino languidece hasta casi desaparecer. La casa en la que está contada la historia se lleva más protagonismo que el felino. Sus rincones y espacios están fenomenalmente aprovechados por Sorín, no es fácil rodar un thriller en una casa donde el adjetivo gótico sólo se puede aplicar a sus habitantes.

 

El Gato Desaparece

 

El director argentino quería un reto, se encaprichó con el thriller y no ha salido bien parado a pesar de algunos aciertos. Sobre todo porque tras ver la película lo que perdura de ella no es ni el suspense ni el miedo a la locura, sino las pequeñas gotas del drama íntimo y personal que impregnan toda la filmografía de Sorín. Las asperezas de la convivencia, la añoranza de otros tiempos, los hijos que pasan de todo… pequeñas escenas relatadas con esa media sonrisa marca de la casa. Por mí que vuelva el Sorín de siempre y se deje de experimentos.

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