Insensibles

Insensibles: Trastear con lo conocido

A menudo se tacha al cine patrio de conformista en cuanto a género se refiere. Los códigos están establecidos y salirse de ellos significa demasiado riesgo para la paupérrima industria en serio declive. Comedias fáciles, dramas intimistas (muchas de las veces ambientados en la tan jugosa Guerra Civil) o el que en los últimos años ha representado la mejor exportación a distintos mercados: el terror. Esa es la apuesta segura que hace que los datos de taquilla a final de año no sean tan dolorosos. Llevar a cabo proyectos que no se anquilosen en esta terna es entrar en terreno desconocido.

 

Por eso, apuestas como Insensibles o la reciente Hijo de Caín (Jesús Monllaó Plana, 2013) resultan estimulantes. No comparten demasiado en común atendiendo al contenido, de hecho, se encuentran totalmente alejadas. Pero en su propuesta formal y de género sí es fácil dar con una valentía común que debe ser mencionada. Si en la película de Jesús Monllaó la fórmula genera un thriller repleto de giros que trabajan a favor de la tensión y el clímax más potente posible, en Insensibles es la vuelta de tuerca a dos de los géneros anteriormente citados lo que hace de ella una novedad (aunque los referentes no muy lejanos estén en la memoria de todos).

 

En los años inmediatamente anteriores a la contienda española una serie de niños siembra el pánico en una pequeña localidad con una extraña enfermedad que les hace ajenos al dolor. Esta insensibilidad a las dolencias provoca, además del miedo en la población, la curiosidad en los científicos, lo que hace que para afianzar la seguridad de ellos (los niños) y colmar la necesidad de conocimiento de los doctores se vean recluidos los unos y los otros en una institución apartada de la civilización en una cima montañosa. Alternando con esta trama, el filme cuenta cómo, en la actualidad, un cirujano sufre un accidente y debe llevar a cabo una investigación para encontrar una cura.

 

Insensibles

 

La ambición con la que Juan Carlos Medina afronta su debut es encomiable. La mezcolanza de títulos de los que presumiblemente bebe para dar vida a su primer largometraje es descabellada pero no imposible. En el plano estilístico ha sabido dotar a la conjunción de un contraste notable que aporta una correcta escisión temporal entre ambas tramas, sin que por ello resulte extraño para el ojo. El mimo de la puesta en escena con el que se trabaja en el terror español está aquí ampliado al drama histórico (si bien es cierto que la falta de presupuesto es visible en según qué secuencia).

 

Empero, todo lo que Medina ha conseguido que funcione visualmente en la variación de ambas categorías carece de equivalencia en el aspecto narrativo. El devaneo detectivesco de David (Álex Brendemühl, más preocupado por quedar bien en cámara que de darle fuerza a su interpretación) y el uso meditabundo de la memoria histórica llevan el peso de la película en su totalidad y la falta de precisión en uno y otro devienen en escaso interés por los personajes. Tampoco ayuda el tremendo salto temporal que el guión obliga a tomar, pues son tantos los años que separan ambas subtramas que sin una serie de acontecimientos morbosos con nulo peso argumental la velocidad de la cinta no arrancaría jamás. El prólogo provoca al espectador con un punto de partida harto interesante pero no es hasta el último acto donde (de forma forzada por cuestiones de metraje) los tumultos se precipitan y el letargo creado por tanta insustancialidad desaparece.

 

Un denodado debut que juega sus bazas con decidido temple en el campo ocular; tanto que adolece de una escritura más concreta y vertiginosa.

 

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