La banda Picasso

La banda Picasso: Cubismo en segundo plano

«No quería hacer una película en la que se viese a Picasso pintando. Normalmente, estas películas suelen ser bastante aburridas«. Esta es la declaración de intenciones con la que el veterano cineasta Fernando Colomo define su última obra, una interesante historia sobre Pablo Picasso y su círculo de amistades que nos lleva al París de principios de siglo XX y que, hasta hoy, no había sido debidamente abordada en el mundo del celuloide (encontramos algunas referencias en un cuasi desconocido film de 1966 y en un producto televisivo italiano más o menos reciente pero, definitivamente, ninguna que aluda directamente al artista español con este enfoque determinado).

 

Se puede decir que, al más puro estilo Hitchcock, la película tiene un mcguffin obvio que excusa el desarrollo de la trama: el robo de la Gioconda en el Museo del Louvre. Sí, La Mona Lisa, obra cumbre de Leonardo da Vinci; el icono cultural del mundo moderno y contemporáneo; supuesto adorno decorativo del baño de Napoleón Bonaparte; herramienta reivindicacionista de artistas del siglo XXI como Banksy, que no goza en esta ocasión de demasiado protagonismo. Y es que Colomo huye, en cierta medida, del rigor histórico (la historia se basa en hechos reales entrelazados con licencias del director) para contarnos lo que de verdad le interesa: una historia sobre la amistad, el ego y la envidia.

 

La banda Picasso

 

Tras un inicio en un blanco y negro poco convincente, el director de fotografía, José Luis Alcaine, rectifica a un tono en color más ligado a la estética parisina, que ayuda al espectador a sumergirse en los devenires de Picasso y compañía. En este punto, hay que destacar el puntilloso trabajo de casting y vestuario. Echando un vistazo a las instantáneas fotográficas de los personajes históricos que tienen cabida en el film, los protagonistas de La Banda Picasso están ciertamente conseguidos. Pierre Bénézit, por ejemplo, es calcado a Guillaume Apollinaire. La cuidadosa caracterización se nota y, sin duda, le otorga una merecida entidad a la película.

 

Uno de los puntos más interesantes del film es la subjetividad con la que Colomo trata a cada personaje: pinta a Picasso como un introvertido genio con buen corazón pero con tendencias ególatras; le otorga un descarado protagonismo a Apollinaire, sin ocultar su innegable simpatía por el bonachón poeta; muestra a Georges Braque como un afable y atractivo artista-gentleman; y compone a un Henri Matisse tremendamente soberbio.

 

La banda Picasso

 

Por ello, en La Banda Picasso el arte queda en segundo plano y los valores humanos saltan a la palestra por sorpresa, planteándonos la siguiente reflexión: ¿qué es más importante, el artista o la persona? Colomo parece tenerlo claro y enmascara la cuestión en una película agradable, con su habitual tono ligero del que tan orgulloso se siente, y que fluye perfectamente hasta llegar a un desenlace algo abrupto, que cierra el telón con poca fuerza narrativa y desmerece, en cierto modo, el esfuerzo llevado a cabo hasta el momento.

 

Pero hay que ser honestos, y es que, aún sin dar un puñetazo suficientemente fuerte en la mesa, el equipo consigue que la cinta caiga del lado del buen cine y que ofrezca una perspectiva diferente del universo de un artista que rompió moldes y, aún hoy en día, sigue fascinando a propios y extraños.

 

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