No

No: Los héroes de la democracia

Formato de pantalla cuadrada, fotografía de los ochenta y Gael García Bernal al mando desde el primer plano. Así arranca No, la inteligentísima recreación del intento de derrocamiento de la dictadura de Pinochet por parte del talentoso director chileno Pablo Larraín.

 

No es la historia de un grupo de gente valiente que arriesgó su integridad y reputación por el bien del pueblo chileno. El guionista Pedro Peirano, definido por Larraín como «genio», se basa en el inédito monólogo teatral El Plebiscito, de Antonio Skármeta y, tras largas investigaciones, lo desarrolla hasta convertirlo en un fabuloso guión que oscila entre el miedo y el humor con imperturbable desfachatez.

 

Por su parte, Larraín construye este subversivo relato con mucho mimo. Huye del globalizado HD, rueda con una cámara de tubos y busca de forma intencionada la cohesión visual con las imágenes de archivo. Para ello, no le tiembla el pulso si tiene que quemar la fotografía de algunos planos. El resultado es sobresaliente, una imagen fiel a la época y al escenario que nos facilita enormemente la contextualización. Además, rodea al impecable y carismático Gael García Bernal (René Saavedra ya es un clásico del cine contemporáneo) de un reparto de personajes cuidadosamente diseñados, y tan desconocidos para el espectador europeo como perfectos alter ego del grupo de personas que aspiró a cambiar la situación y predicó con el ejemplo.

 

No / Gael García Bernal

 

«Todos sabemos que Pinochet murió en una cama, pero me conformo con que ese bastardo sea recordado como lo que fue«. Resulta muy sorpresivo que Larraín haya decido contarnos una historia tan dura con un enfoque tan cínico como el propagandístico. Y sin llegar a caer en el discurso ligero. Al contrario, la narración nunca deja de ser tensa, pues ¿qué provoca más terror que una dictadura? No es su homenaje a los oprimidos, a los ejecutados y a los desaparecidos. Y, por supuesto, también a los responsables de que hoy exista la democracia en Chile, al margen de discusiones razonables sobre su carácter representativo y no participativo. Una democracia en forma de rayo de sol que se fue haciendo cada vez más y más grande, hasta atravesar las persianas de todos los chilenos y reflejarse en sus televisores. 15 minutos diarios de concienciación a modo de estímulo de la sensatez y fármaco contra el miedo al cambio. Una franja televisiva que devolvió la esperanza a aquellos que ya no creían en ella.

 

Haciendo de Nostradamus, veo plausible que, en un futuro no muy lejano, los docentes utilicen a No de ejemplo práctico para sus enseñanzas. Una de sus particularidades es la universidalidad de su temática, extrapolable a distintas épocas y contextos. Ya solo la deliciosa batalla propagandística entre las campañas del SI y del NO esconde tantos matices que se puede realizar una interesante lectura al respecto. En segundo plano, se advierte en Larraín la intención de poner de manifiesto la evolución del personaje de René: de un sujeto astuto, impúdico y apolítico a alguien comprometido en cuerpo y alma por su país. Un modo de reivindicar el sentimiento patriótico del sudamericano, notablemente diferente al del yankee.

 

En definitiva, un inolvidable exponente del dicho de «haz el humor y no la guerra». De recomendado visionado a los estudiantes de Publicidad y de obligado a todo aquel que haya perdido la fe en el ser humano. Alguno hasta se sorprenderá cuando el bastardo le haga reír con un chascarrillo.

 

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