Siempre hay tiempo: La vida, germen de oportunidades

TitularEn un lugar cualquiera, exento de tecnología y, supuesto, desarrollo existen personas, diferentes como norte y sur. Como Europa y África; igual que la abrupta Cordillera Cantábrica y la campiña andaluza. Sin centrarse en un lugar concreto, Ana Rosa Diego, en su debut, hace un esfuerzo por representar, de pasada, la cotidianeidad de la vida, tan enredada e ingenua como las personas, que se caracterizan y diferencian del resto de animales por su capacidad de raciocinio. A veces, por estanque del flujo cerebral, hay que errar para darse cuenta de las cosas. Bendito fallo si hay solución. Triste realidad si quitamos las marcha atrás. En Siempre hay tiempo, y haciendo coherente el título, se nos muestra la oportunidad de volver a vivir experiencias perdidas, pasadas por alto, o simplemente ignoradas por el embelesamiento social.

En este contexto se enmarca la historia. Llena de humanidad; de realismo con el imparable poder institucional que juega su partida sin miramiento convirtiéndose en el detonante del cambio, de la vida, positivo en este caso, en el que Héctor (Txema Blasco) es expropiado de sus bienes, de su historia. Nadie queda allí ya ante el avance del fomento pueril, el del construir porque sí. Así se inicia la búsqueda de una alternativa a lo ya conformado. A lo cerrado y apenas variable. Tal cambio supone una nueva visión en la que Héctor descubre, en la meta de la vida y contra todo pronóstico, unos momentos ociosos en la casa de su hijo que supone, a la larga, una revolución silenciosa. Sin alterarse, paso a paso avanza en éste mundo, en apariencia hostil -su familia no le conoce. Ni su propio hijo, Pedro (Sergi Calleja), parece comprender la motivación de los actos de su padre-. Pero Héctor, conocedor de lo perdido, del tiempo, decide efectuar una integración forzosa empezando por su nieto, Bruno (Edu Bulnes). El rechazo aparente acaba en comprensión. La relación abuelo-hijo se transforma en algo lozano y real, menos aparente que la de padre-hijo, por Pedro y Bruno. Con estos ejemplos, amén de otros, se da paso a una superposición de realidades, cómo si la vida, por eso es única, diera la posibilidad de recuperar lo perdido, porque como bien titula: Siempre hay tiempo. Otros aspectos, de forma complementaria, tan curiosos cómo el amor y el ocio en la vejez, las partidas de dominó a la luz del parque o las batallitas, ojo al club entrado en años, de los cinco guerreros del Apocalipsis, se reflejan en esta muestra que llama a lo social.

TitularMerece la pena reseñar que todo este cambio es inculcado por las mujeres; la clave de la comunicación; un guiño de Ana Rosa Diego al sexo femenino: No son entes absortos. Son la conciencia. Las encargadas de descorchar los sentimientos, los estandartes de ésta misiva. Clara (Montserrat Carulla), en su relación, bastante forzada, con Héctor hace de enlace entre éste y Bruno. Laura (Maite Sandoval), la mujer de Pedro, se erige como la conciencia reflexiva dentro la vida en pareja. Son los detonantes comunicativos. Motores de espasmos vivaces que dan sentido a la pieza. Son claras, realistas y sensuales; a su estilo, y en su tiempo; y lo curioso, es que tan sólo se juntan en el plano final. Cada una en su terreno abre las puertas.

En resumen, nos encontramos con una oda a la vida en noventa minutos. No sólo a la vejez, ya que a través de una careta envejecida se ve la evolución de las diferentes etapas de la vida: Bruno y sus problemas en el instituto. Pedro y Clara con las variaciones de pareja. Y los viejos, perdón si alguien se ofende, que son representados como jóvenes ávidos de vida, las últimas gotas de tan preciado y finito bien inmaterial. Los aspectos sociales están tratados con estilo y humor en su justa medida, sin lujos excesivos ni temas repetitivos. El trabajo en la actuación es más que notable, aunque, con tales actores, uno no espera menos. Montserrat Carulla (El orfanato), Sergi Calleja (Te doy mis ojos) y Fermí Reixach (Estación del olvido) son bien conocidos en la escena catalana. De Txema Blasco (Road Spain), un todoterreno, sobran las palabras. Y por si fuera poco, Edu Bulnes (novel) y Maite Sandoval (Cobardes) dan el resto para completar un reparto que se adecua a la perfección a lo que Ana Rosa Diego buscaba: un retrato de la sociedad, de sus oportunidades, de sus tópicos y peculiaridades con la incomunicación repiqueteando a sus anchas.

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