El mejor director es el que escucha

Una pregunta que siempre nos cae, a José Corbacho y a un servidor, cuando estamos de promoción suele hacer hincapié en cómo lo hacemos para repartirnos las labores de escritura y dirección de los títulos que hemos escrito y dirigido al alimón.

Solemos atajar la cuestión, que para qué nos vamos a engañar, ya cansa, con una respuesta que siendo absolutamente verdadera no parece colmar las expectativas de los preguntadores que se empeñan en fusilarnos con la preguntita de marras.

Acostumbramos a decir que la vida no nos han juntado para hacer cine (o televisión como sucede ahora) si no que ya venimos compartiendo muchas cosas desde que éramos unos adolescentes (que eso, quieras que no, une mucho) y que para nosotros el proceso es un proceso natural. Y, ojo, lo es. En realidad lo que nos llama la atención es que para muchos no lo sea. Me explico. Independientemente de todo ese pasado común, personal e intransferible que nos une a José Corbacho y a éste que les escribe (léase mucha cerveza, mucho rocanrol y muchas otras cosas que no cabe explicar aquí), no entendemos como podemos parecer tan raritos en dos disciplinas como la cinematográfica o la televisiva, que son básicamente ejemplos de creación colectiva y que esto, a su vez, levante tanta curiosidad entre algunos preguntadores. Y es que hay algo en el subtexto de esa cuestión que parece buscar una respuesta no exenta de cierto morbo. Como si hubiera algo malévolo en el hecho de compartir. Algo oscuro, incestuoso o delictivo.
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Es cierto que nos ha tocado vivir una época donde en muchos aspectos nos vemos abocados a un desmedido individualismo y eso sin duda, y más que nunca, hace que perdamos la oportunidad de estimular nuestra parte creativa enfrentado nuestras ideas con las de los demás (algo que, por otro lado, sucede con absoluta normalidad en la mayoría de ficciones televisivas o programas de humor). Y esto no significa que durante ese periodo de tiempo que se invierte en escribir un guión, hacer una película o una serie no discutamos, tan sólo significa que del fruto de esas discusiones emerge nuestro principal objetivo: que sobreviva la mejor idea. Porque, fundamentalmente, lo único que está por encima de nosotros mismos es lo que queremos contar. O sea la historia. Así de simple.

Formar parte de ese pin-pon creativo evita que te apalanques, te obliga a estar despierto, a superarte y sobre todo impide que te obceques y acabes en un callejón sin salida. Sin salida, sin solución y sin historia. Cajones llenos hay de historias así.

Tal vez ha llegado el momento de romper con esa imagen del director solitario, taciturno, distante y cabreado y acercarnos un poquito más a la realidad de este negocio donde la opinión de muchos (productores, guionistas, directores, actores.) es fundamental para llegar a buen puerto. Para mí el mejor director es el que escucha. El que escucha a su historia, escucha a sus técnicos, escucha al público. Y luego, decide. No, no me he equivocado, al público hay que escucharlo antes de ponerse manos a la obra, después ya vamos tarde.

Sin duda alguna si tuviera la oportunidad de preguntarle algo a los hermanos Coen, a los Wachoski o a Félix Sabroso y Dunia Ayaso aprovecharía para hacerlo sobre cuestiones mucho más suculentas que saber cómo se reparten el trabajo. ¡Con la de cosas interesantes que seguro pueden explicar!

Autor: Juan Cruz

Juan Cruz es director de cine y ha realizado junto a José Corbacho Tapas (2005) y Cobardes (2008).

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