Blue Estate

Blue Estate #1-2: Sexo, drogas y kung-fu

Blue Estate #1

«¿Sabes tú deletrear ‘conmoción’?»

 

Cojamos una pizca de la violencia y del lenguaje de Quentin Tarantino, mezclémoslo con el humor de los bajos fondos de Guy Ritchie y añadámosle una buena dosis de frikismo a tope con bromas que van desde el culto a David Hasselhoff hasta referencias a Star Wars y Dexter. ¿Qué tenemos? Pues uno de los cómics más interesantes del último lustro. Blue Estate llega a España tras triunfar en Estados Unidos con una historia repleta de giros y unos personajes muy lejos de la santidad.

 

Guionizada por el escritor ganador de un Emmy Andrew Osborne, esta novela gráfica se hunde en el sórdido mundo de la mafia para mostrarnos toda una galería de perdedores obsesionados por galopar sobre el caballo ganador y unos cuantos supuestos ganadores perdidos en un laberinto de drogas, mentiras y pactos con el diablo. Así, Blue Estate (cuya historia original debemos agradecer a Viktor Kalvachev y Kosta Yanev) nos lleva de viaje por la parte más oscura de Hollywood a una velocidad endiablada y con un instinto cinematográfico del todo envidiable.

 

El protagonista (si es que existe alguno, ¿cuál es el protagonista de Pulp Fiction? ¿Y de Rockanrolla?) es un detective sin más prestigio que el heredado de su padre. ¿Los villanos? Pues prácticamente todos los demás. Tenemos mafiosos rusos e italianos, bailarinas de striptease, matones de poca monta, drogadictos, camellos, polis corruptos… Osborne y compañía no se privan de nada a la hora de reírse de forma cruel y despiadada del mundillo que rodea a las producciones de serie B, lavadero de dinero de origen difícilmente aceptable y hogar y tumba de intérpretes sin talento y viejas glorias sin esperanza.

 

«Eres un puto uzbeko loco«

 

¿De qué van estos dos primeros volúmenes? Veamos: Por un lado tenemos a la mafia rusa lavando su dinero del tráfico de armas a través de la producción de una serie de películas de acción muy ochenteras y muy violentas cuyo interés no pasa del que demuestran sus fans más acérrimos (y frikis). Por el otro está la mafia italoamericana tratando de llevarse bien con los rusos e inundando las calles (y las casas de las estrellas) de cocaína. Y en el medio están la estrella de cine que sólo desea escapar de este mundo, el asesino cansado de matar, los hijos que están hartos de vivir bajo la alargada sombra de sus padres…

 

Blue Estate

 

Una de las grandes bazas de Blue Estate es, sin duda, su ritmo narrativo. La otra radica en la parte artística. El propio Kalvachev dibuja a diez manos en compañía de Toby Cypress, Nathan Fox, Robert Valley y Paul Maybury. ¿Se nota el cambio de estilos? Mucho. ¿Va el cambio en detrimento de la obra? Para nada. Los personajes, diseñados hasta el más mínimo detalle antes de comenzar con la fase de dibujo, son perfectamente reconocibles bajo cualquiera de las plumas responsables y cada uno de los dibujantes sabe con certeza cuál es su punto fuerte y su función a la hora de potenciar cada una de las páginas de este cómic. En conjunto, uno disfruta primero con la lectura de Blue Estate y, más tarde, se recrea con su dibujo y su dinamismo.

 

Por último, el otro gran mérito de este tebeo pasa por su relación con el mundo online. Una página web bastante bien actualizada y perfiles en Twitter para varios de sus personajes hacen que la lectura de Blue Estate no termine cuando cerramos el cómic de Dibbuks, sino que siga más allá (incluso se llegó a desarrollar un videojuego que, por desgracia, no le hace honor a la novela gráfica).

 

Dibbuks ha traído a España la versión recogida en tomos de Blue Estate. La única nota negativa a esta decisión es la de no poder tener los tomos originales con sus magníficas portadas (contenidas a modo de extra), pero este pequeño «pero» se ve compensado con una cantidad ingente de bocetos, modelos y diseños previos que harán las delicias de aquellos que ahora saben que Blue Estate no es un cómic ni una historia: Es un estado mental.

Acerca de RJ Prous

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En la soledad de mi beca Séneca en Zaragoza aprendí a amar el cine mierder. Volví a Madrid para deambular por millones de salas y pases de películas para finalmente acabar trabajando con aviones. Amante del cine y de sus butacas, también leo muchos cómics y, a veces, hasta sé de lo que hablo.

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