Caramelos atómicos: La primera es gratis

Sally Sallinger ha «heredado» el gabinete de detective privado de su marido, que era agente secreto. Tan secreto, que un día desapareció y ni su familia ni sus amigos han vuelto a saber nada más de él. Eso pasó hace ya 4 años, pero Sally no ha podido superar su pérdida. Más que nada, porque aún no logra explicarse cómo el hombre con el que se había casado y tenido dos hijos, ése al que tanto amaba (y que supuestamente también la quería a ella) se había esfumado de la noche a la mañana.

¿Cómo podía haberse marchado dejando a sus dos hijos atrás? Tenía que tener una muy buena razón para desaparecer sin dejar rastro. Y justo va Camila Sweet, esposa del magnate de AFB (la empresa más grande de la ciudad, Trituro) y la contrata para que siga a su marido, porque cree que se la está pegando con otra. Qué suerte la de Camila, que por lo menos sabría lo que hacía su esposo.

Celos, amor y desamor

Celos, amor y desamor

Ahí entra en juego Gabriela, la ayudante del Sr. Sweet, que con su moño a lo Amy Winehouse les tiene a todos locos porque está más buena que el pan. Su misión como empleada de AFB es conseguir que el hijo de su jefe, que casualmente se llama Gabriel, abandone la fábrica en la que hace skate con su amigo Jason (hijo de Sally) y se una a él como heredero al trono de la fortuna más grande de la ciudad.

«Ya hemos alcanzado nuestra dosis de radiaciones, y no nos quedan más caramelos»

Dicha fábrica es un peligro por las radiaciones que emite. Y, para contrarrestarlas, los jóvenes del lugar se atiborran de unos caramelos azules que, lejos de alejarles del abismo, constituyen una poderosa fuente de adicción. Son unas bolitas medio dulces, medio ácidas, que les colocan cosa mala, llegando a ver alucinaciones después de tomarlas y, como en El sexto sentido, producen que vean hasta a los muertos. AFB lo sabe, y por eso se los dan gratis en todas las fiestas que patrocina o promociona la empresa.

Gabriella y el Sr. Sweet

Gabriella y el Sr. Sweet

Sally comienza a seguir a la muchacha, ayudada (muy a su pesar) de su actual pareja, Osvaldo. Pero esta Amy Winehouse de pacotilla siempre les da esquinazo. Porque, al fin y al cabo, ella no hace nada más que esconderse a plena luz. Su vida no ha sido para nada fácil y está acostumbradísima a pasarse toda ella huyendo, y esta vez no va a ser muy diferente. Aunque ahora tiene un buen curro que le va a hacer ganar una pasta y, además, así consigue un suministro de caramelos gratis.

«Eso sí, llegaré tarde. Tengo que comprarme una pistola para convencer a tu polla de que debe quedarse en los calzoncillos»

El cómic es un compedio de rebeldía adolescente, incomprensión maternofilial, la crisis de la menopausia y los intereses comerciales mal llevados. Policías que dicen menos de lo que realmente saben, chavales a los que sólo les mola el skate y están dispuestos a tirar todo lo demás por la borda mientras les queden caramelos en la bolsa, conciertos de rock para buscar nuevos talentos (para poder así lucrarse de ellos) y enfrentamientos sangrientos entre maras rivales. Traiciones entre amigos de toda la vida, violencia, tiroteos, deseos sexuales mal conducidos, explosiones… y todo ello en unos amistosos tonos pastel que hacen que nos olvidemos de lo tosco del trazo del dibujo. Todo eso cabe entre sus páginas.

Anthony Pastor, que recupera a su personaje estrella de Castilla Drive (que también publicó La Cúpula y por el que ya entrevistamos a Pastor hace algún tiempo), nos presenta una historia entretejida a través de fracasos personales, rencillas atrasadas y malas decisiones. En la que, finalmente, las cosas importantes de la vida, como la familia, los amigos o la persona con la que rehacer tu vida sentimental, son las únicas que te quedan cuando todo lo demás te deja de lado y, precisamente por eso, son las únicas por las que merece la pena luchar.

Acerca de Nerea Navarro García

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Por el día hago webs, y por la noche escribo noticias. Malabarista del código y de la palabra escrita, no se nota que no sé de cómics. Cinéfila de medio pelo, los cinco años de carrera sólo me sirven para no tener faltas de ortografía. Melómana, dedicada a mis labores y filantropista.

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