Con Air

Con Air: “Cielos, Jack, esta testosterona tiene muchas alas”

El año 1997 estuvo bendecido por una auténtica obra maestra del cine, que dejaba  mudo (y tembloroso) a más de uno por la entereza de la propuesta, por sus ganas de conmocionar al personal con su virtuosa grandeza, no exenta de cierto minimalismo psicológico capaz de proporcionar alivio al más exigente de la clase.

 

Muchos se apresurarán a decir (con cierta petulancia, cabe destacar) que esa película del 97 fue Titanic de James “Mariana” Cameron, ahora reestrenada, no sin antes pasar por un tuneo de última hora en forma de repelente 3D.

 

Pero, ¿y qué pasa con Con Air? Película estrenada también en 1997 y que supera con creces los Titánicos esfuerzos (nunca mejor dicho) de Cameron por llevarnos al huerto.

 

¿Dónde está el reestreno de Con Air? ¿Dónde?

 

Nicolas Cage en Con-Air
El nombre de Cameron Poe no es baladí. Cameron en homenaje al James Cameron de Terminator y Poe de Edgar Allan Poe.

 

Un reestreno obligatorio que nos devuelva a la pantalla las andanzas de Cameron Poe (héroe interpretado por Nicolas Cage y heredero de la tragedia griega) y de su antagonista Cyrus «El virus» Grisson (encarnado por un inspirado John Malkovich) a todo 3D.

 

Es lo justo para la mejor película de acción en los últimos cuarenta y siete años.

 

Las comparaciones son odiosas pero a veces inevitables. Titanic es el intento “cameroniano” de dejarnos sin aliento a través del hundimiento de un barco y Con Air el intento de Simon West por dejarnos sin aliento a través de los vuelos sintácticos y semánticos (y con complemento directo) de un avión de convictos que vuela a través del desierto americano.

 

Cameron apuesta por los hundimientos. Simon West por los altos vuelos, despegues y  por todo lo que se alce a un palmo del suelo. No es arriesgado decir que  la gran mayoría de los mortales prefieren los ascensos a los hundimientos. Y más en los tiempos de crisis que corren. Un ascenso en el trabajo es clave ahora, ¿verdad?

 

John Malkovich en Con Air
Cyrus, el virus, amenaza a un muñeco. El conejito viene a simbolizar de forma acertada la perdida de la inocencia.

 

Cameron prefiere llevarnos a los fríos polares y Simon West por los calores desérticos y áridos (y con cierto regusto salino a moneda metálica). La predilección de uno es, evidentemente, la oscuridad y la de otro: la luz, la esperanza y la redención. Ahí está el dicho del poeta Thomas Calero: “Me encanta que te expreses y que te quejes cuando quieras. Pero, oh, muñeca… a veces….

 

La gran diferencia entre estas dos películas estriba en que uno focaliza su atención en la clásica historia de amor (Dicaprio y Winslet, respectivamente) y Simon West se adentra en el camino “Peckinpahmaniano”. Explora la amistad, el coraje, la lealtad entre dos amigos convictos que hacen todo lo posible por sobrevivir al infierno (¿blanco?) que se ha desencadenado dentro del avión.

 

Con Air

 

Con Air es una peli de John Ford. Un salvaje western de altas alturas.

 

Cómo olvidar a personajes como el diabético de Baby- O, compañero de fatigas de Cameron Poe. O esa larga lista de villanos que ya quisiera tener Christopher Nolan para sus sobrevaloradas películas de El Caballero Oscuro. Villanos como Cyrus, el Virus (mucho más creíble como un Joker), Nathan “Diamond Dog” Jones (interpretado por un Ving Rhames post Marsellus Wallace en Pulp Fiction), Willian Bedford alias  Billy Belcebú, Johnny 23 (Danny Trejo interpretando a un violador con 23 cargos de violación) o Steve Buscemi haciendo su propia versión de asesino “Lecteriano” en el personaje de Garland «The Marietta Mangler» Greene. Todo un elenco de actores que nada tiene que envidiar a esos repartos corales que nos tienen acostumbrados las últimas películas de la saga de Batman.

 

Sin olvidarnos de un John Cusack, casi pluscuamperfecto, dando vida  al  infatigable agente Vince Larkin.

 

En definitiva, toda la película funciona con la precisión de un reloj suizo: guión pavoroso que exuda adrenalina por cada página y media, dirección perfecta que dan como resultado despliegues de ambición interpretativa que acaban culminando en escenas inolvidables, casi científicas, y que crean una suerte de atmósferas que dejan su impronta más allá de los registros de la composición fotoquímica.

 

Y es que en esta película todo apunta a que los miembros del  equipo han aprendido la máxima de los mejores pilotos de aviación del mundo:

 

«En las alturas, no hay margen para el error«.

 

«Maldita sea, no lo hay«.

 

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