Amargura: Corazones heridos

AmarguraYermo Ediciones demuestra la alta estima que siente hacia Anotine Ozanam y Antoine Carrion (que firma como Tentacle Eye) publicando una nueva obra de este tándem camaleónico tras El Canto de los Sables y La Sombra Blanca. Samuráis, nobles del medievo y ahora rebeldes de una distopía que bien podría ser el París ocupado de la Segunda Guerra Mundial. Esta es una historia de amor (y desamor) en un mundo en guerra, asfixiando por un un estado totalitario que aplasta de forma implacable cualquier conato de rebelión y que se rige por unas despiadadas leyes que “solo” buscan “el bien común”. Un gobierno del terror, para que nos entendamos.

En este contexto –y con la intención de crear ese reflejo entre su imaginaria sociedad y las Berlín o París de los años 30 y 40– los autores adoptan la estética del cabaré, imaginan un ambiente de decadencia, de artistas bohemios, enfatizando los escenarios oscuros y melancólicos –que pronto mutan en otros más amargos y desesperanzadores–, con una especial inclinación por las escenas nocturnas o que transcurren en interiores, dejando los pocos rayos de luz al escenario del cabaré propiamente dicho y contadas escenas. La obra juega con una tonalidad de colores más bien fría, aunque dando un espacio relevante a un rojo encendido que en cada momento toma un significado diferente: amor, pasión, terror, muerte… como en los otros trabajos que hemos reseñado de esta pareja, el uso de los claroscuros y los colores tienen un fuerte componente narrativo.

Uno (otro) de los aspectos más interesantes de Amargura es el uso que se hace del narrador. Presentado como un narrador externo, omnisciente, habla de tú a los personajes, dirigiéndose a ellos en determinados momentos, como buscando su reacción. Por momentos se vuelve un tanto confuso, pero como bien se descubre al final de la obra, esconde algún que otro secreto.

Esa confusión en el narrador que mencionamos viene condicionada por el uso –desastroso– de la elipsis y los saltos temporales. Según va avanzando la historia los acontecimientos presentes y pasados se vuelven una amalgama de la que es francamente complicado –y tedioso– extraer qué sucede antes y qué después. La trama y los pensamientos del narrador fluyen como un todo y aunque más o menos quedan claras todas las acciones, el orden de algunas de ellas están en una nebulosa. Una narración más lineal habría facilitado mucho la comprensión global de la obra sin que por ello la ambientación y el tono de la misma se hubiera resentido.

Amargura

A pesar de estos problemas formales que presenta la obra, su contenido, su fondo, tiene ideas muy atractivas, como ya comentamos al principio. Por un lado tenemos la identificación con el imaginario de una época muy concreta y esos clásicos dramas bélicos de los que, obviamente, Casablanca (Michael Curtiz, 1942) es referente absoluto. Pero su carácter distópico la emparenta casi de inmediato con otros títulos de culto como 1984, nuevamente con un Estado autoritario consumiendo a su pueblo. Y, por otro (aunque íntimamente ligado al punto anterior), está el romance entre los dos protagonistas. Un amor de los que queman, condenado a la tragedia por su carácter irracional, convirtiendo ese amor en amargura e hiriendo a unos corazones que niegan su rendición aún cuando todo se pone en contra.

Acerca de Daniel Lobato

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El padre de todos, pero como a Odín, se me suben constantemente a las barbas. Periodista de vocación cinéfila empecé en deportes (que tiene mucho de película) y ahora dejo semillitas en distintos medios online hablando de cine y cómics. También foteo de cuando en cuando y preparo proyectos audiovisuales.

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