El llanero solitario

El Llanero Solitario: Piratas del oeste

Jerry Bruckheimer y Disney tienen muy claro lo que quieren. De esa fructuosa unión han salido los mayores taquillazos de las últimas décadas, con el claro ejemplo de la saga más famosa sobre abordajes y aventuras marítimas; amén de productos con menor recorrido comercial pero el suficiente para poder exprimir un par de secuelas (véase La búsqueda [2004] dirigida y protagonizada por dos de los acólitos habituales del señor Bruckheimer, Jon Turteltaub y Nicholas Cage, respectivamente).

 

Además de muchos millones y seis entregas (la última está por venir), Piratas del Caribe dio rienda suelta al carisma de un actor que demostró sobradamente en el pasado su talento interpretativo pero a quien le hacía falta una oportunidad para entrar en la división de los 20 millones por película. Gracias a su Jack Sparrow Johnny Depp por fin consiguió ese caché e incluso una nominación a un Oscar que en algún momento deberán otorgarle.

 

Johnny Depp y Armie Hammer en El llanero solitario

 

Pues bien, El llanero solitario repite esa misma fórmula: acción a raudales para toda la familia, chequera en blanco para unos lustrosos efectos especiales que no desmerecen, aventuras de las de toda la vida y humor que alivie el tono cuando sea necesario. La lógica manda: si un equipo ha hecho millones y cine digno, ¿por qué no juntarse de nuevo y encontrar un nuevo filón con el que poder hacer aquello que hacen bien? El equipo técnico es prácticamente el mismo de las primeras entregas rodadas en el mar, mientras que el artístico cambia ostensiblemente pero dejando la piedra angular intacta, ni siquiera la caracterización le aleja demasiado de la imagen del atolondrado bucanero.

 

Sin embargo, por los motivos que fueren esta vez los responsables han errado el tiro. La taquilla en Estados Unidos no ha sido la esperada y no parece presumible que en el resto del mundo reviente los datos anuales ya que si algo tiene de bueno el filme es el aroma a western de toda la vida (con mucho más presupuesto) que es el género identificador de los americanos pero con un público difuso fuera de sus fronteras. Esto podría ser una premonición sin éxito pero con cierto fundamento. Los intentos por revitalizar las películas de indios y vaqueros han sido obstinados a lo largo de los últimos años y, aunque no todas han sido desastrosas, pocas han sido las que han conseguido convencer a entusiastas y no introducidos por igual.

 

El llanero solitario

 

Entre esos posibles desatinos que han llevado a unas cuentas poco saneadas a Disney dos se alzan por encima de los demás. Atendiendo a la elección del protagonista, es entendible escoger a un actor semidesconocido que no se lleve la mitad del presupuesto y al que poder atar para varias películas, pero Armie Hammer (actor que en su corta filmografía ha demostrado tener buena planta para según qué papel) adolece de la personalidad suficiente para plantarle cara a Depp. Un Depp que sí, hace de sus maneras histriónicas una firma personalísima con la que consigue meterse a todo el mundo en el bolsillo, pero a las que no se le pueden pedir que aguanten dos horas y media de función por sí solas. Y he ahí el otro gran problema de la cinta (como le ocurría a la saga predecesora): su excesiva duración. Es de justicia admitir que el filme es harto entretenido y se pasa relativamente rápido pero no hay que ser filmólogo para entender que muchas secuencias no aportan y que personajes como el Helena Bonham Carter suponen una losa que poco ayudan a aligerar el ritmo.

 

Entiéndase El llanero solitario como un producto muy digno con conciencia de entretenimiento al que no puede reprochársele el vender humo pero que no se salta ni una sola coma de lo esperado. Su mayor virtud se ve empequeñecida por su mastodóntica duración.

 

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