Hijo de Caín

Hijo de Caín: Enroque en la previsibilidad

Cuenta su director Jesús Monllaó Plana que la película está dirigida a un espectador que no quiere ser protegido, que se sumerge en la historia y olvida desgranarla palmo a palmo. Es una idea maravillosa y, quizá, el material del que surge el largometraje permita llevar tal misión a cabo. Pero la realidad es que para el ojo actual Hijo de Caín resulta previsible, por muchos giros y esquinas oscuras que contenga.

 

La narración da voz a un chico de catorce años con problemas para comunicarse (aparentemente con todos, aunque en la pantalla solo se ve la incomunicación con su padre) que, con pocas bazas en su haber, decide hacer del miedo respeto. Perteneciente a un familia adinerada, un psicólogo que necesita de ese dinero aparece en escena para intentar comprender al muchacho. A partir de ahí, secretos, mentiras, acusaciones, engaños… el intento de un thriller apasionante.

 

El diseño de producción merece todos los elogios. Planteada como una película grande, han conseguido que nada se eche en falta en cuanto a la escenografía, la calidad de filmación y el atrezzo se refiere. El temor presente cada vez que un título español intenta emular los taquillazos millonarios sin un duro es, por desgracia, una realidad imperante. Sin embargo, el día a día de la familia protagonista y su hogar, el dinamismo y la versatilidad con la que se acomete un juego tan difícil de rodar con intensidad como es el ajedrez; son aspectos en los que no se ha reparado en gastos que sumados a la pasión con la que filma su director logran un resultado poco esperable y fuera de lo común.

 

David Solans en Hijo de Caín

 

 

Ahora bien, si estilística y visualmente la película no tiene nada de lo que avergonzarse, en el plano narrativo la falta de templanza así como el hacer malabares con tan solo dos elementos juegan en su contra. Monllao muestra sus credenciales filmando con soltura pero la resolución de demasiadas secuencias está cortada de una forma abrupta que lleva a pensar en la entrega de un montaje demasiado sangrante. En el intento de elaborar un laberinto por el que hacer que transiten los personajes y el respetable se distraiga, se crean mascaradas demasiado esporádicas y casuales como para tener el peso suficiente de la justificación. Tampoco ayuda (y esto significa ya totalmente una cuestión de gustos) la incesante ruptura de color en la fotografía; es intencionada y ayuda a crear una atmósfera única para cada localización pero el contraste es tan marcado que duele a la vista.

 

La desbordante campaña de marketing que ha tenido el filme (inusual dados los tiempos que corren) centra su atención en la figura de José Coronado. El ganador de un Goya ha ido adquiriendo respeto con el paso de los años y su rostro vende. El papel que le es encomendado aquí no le viene grande, resulta entrañable como padre y creíble como un empresario pudiente. El problema llega con los idiomas: rodada en catalán con intérpretes de igual procedencia, Coronado está perdido cuando sus compañeros de escena hacen caso omiso de su desconocimiento del lenguaje y se dirigen a él en lengua catalana. Es más hiriente si cabe porque no hay excusa narrativa que explique porqué el padre interpretado por el actor madrileño, de apellido Albert en la ficción, solo sepa decir dos palabras sueltas que en castellano suenan exactamente igual.

 

El debutante David Solans utiliza eficientemente sus dos registros palpables: enfadado y misterioso. Toda la trama está argumentada en torno a su personaje y la credibilidad que aporte su cara. Mientras borda esas sensaciones, cuando quiere ser un hermano bonachón y un hijo modelo para su madre rema en la dirección opuesta a la película. María Molins es quizá la mejor del reparto, encantadora primero y aterrada más tarde, mientras que Julio Manrique demuestra tablas en un papel de galán despreocupado pero autoconsciente que no le sienta demasiado bien. Y por allí metido se encuentra Jack Taylor haciendo un papel mínimo con cierta relevancia pero totalmente olvidable.

 

Un thriller con muchos atractivos pero falto de la necesaria originalidad en el uso de los códigos para sorprender.

 

 

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