John le Carré, uno de los más importantes escritores de novela negra del último siglo, creó en 1961 a George Smiley, un agente de la Inteligencia Británica que protagonizaría cinco de sus novelas, todas ellas ambientadas en el escenario de la Guerra Fría. Una de estas novelas le ha servido a Tomas Alfredson para rodearse de un reparto que quita el hipo que queda enredado en una red de trampas y contra-trampas en el frío y lóbrego Londres de los años 70.

Soberbias actuaciones:

La mayor parte del éxito de esta película viene de la mano de las excelentes actuaciones de sus intérpretes. Gary Oldman, como protagonista, nos muestra la cara humana del espía: un hombre que sufre, pero que ha de dejar de lado sus sentimientos para servir a un bien mayor. Su repertorio de expresiones va desde la resignación hasta la ira contenida y la química con su “mano derecha”, un joven agente al cual interpreta Benedict Cumberbatch, es más que evidente. Oldman, además, representa junto al personaje de John Hurt (Melancolía, V de Vendetta) la vieja guardia de espías que vivieron la II Guerra Mundial. La nueva remesa cuenta entre sus filas con Bill Haydon, interpretado por un Colin Firth que viene de ganar un Oscar por El Discurso del Rey y cuya clase y saber estar quedan bien patentes en el transcurso del film y son dignas de aplauso cerca del fin.

Mark Strong, por su parte, es uno de esos actores que aportan solidez a cualquier proyecto. Se trata de un actor polivalente que tan pronto arranca una sonrisa como una lágrima y cuya intervención en este proyecto hace que a pesar de lo pequeño de su papel quede por encima de alguno de sus compañeros como Toby Jones en su papel de nueva cabeza del MI6.

El tempo sueco:

Toda esta gala de buenas intenciones «actoriales» queda en la mayor parte del metraje como pólvora mojada por un guión lento en exceso. Alfredson y compañía cuentan en dos horas lo que en 1979 se contó en siete capítulos de una miniserie dirigida por John Irvin (Cuando callan las trompetas, El cuarto ángel) y quizás por miedo a recortar en exceso, el filme está plagado de escenas superfluas y diálogos lentos que ahogan el suspense y cortan la tan necesaria tensión de este género.

El director permanece fiel al estilo que le lanzó al estrellato internacional con Déjame Entrar, pero lo que convierte a una en una joyita del género hace de la otra un filme demasiado lento y falto de ritmo en algunos tramos.

Dos Iglesias para una banda sonora:

Sí, dos Iglesias, uno es Alberto, uno de los compositores fetiche de Pedro Almodóvar, sin ir más lejos le pone música a La Piel que Habito, que en esta ocasión nos regala una composición sobria que abunda en temas de piano y que suena pero que muy bien. Como eso no bastaría para que fuera una buena banda sonora, su comunión con el ambiente de cada escena es perfecto, nunca sobrepasando a las actuaciones, sino sirviendo de apoyo a las mismas. Tenemos muy buenos compositores en nuestro país y es una delicia verlos (u oírlos) en producciones internacionales. ¿Y quién es el otro? No es sino Julio Iglesias, que cierra el filme con una versión propia del tema francés La Mer que podéis escuchar en youtube.

En resumen:

Sostenida por unas actuaciones brillantes, con algo más de ritmo El Topo habría sido de lo mejor de este año. Se queda con la etiqueta de buena película que no llega a encandilar.