Rubber

Rubber: ¿Con qué sueñan los neumáticos telepáticos?

Hoy en día, que se estrene una película que tiene como protagonista a un neumático con poderes telepáticos, es normal. De unos años a esta parte la confusión, la extrañeza y el poder de lo absurdo se han ido apoderando, poco a poco, de la realidad. Un hombre recibe el premio Nobel de la paz ante la estupefacción mundial, en Ginebra fabrican un acelerador de partículas, la juventud propone un cambio de política basado en el camping y a Francis Ford Coppola le impiden hablar tras darle un Oscar honorífico. Sólo faltaba el neumático viviente.

Rubber

Más allá de que el argumento de Rubber vaya de la mano con los tiempos que vivimos, tema que puede traer muchos otros debates, lo cierto es que, ante una falta de frescura y de nuevas historias en la gran pantalla (o el monitor), un mazazo como este cae como un sorbo de agua en el desierto: sacia por un momento, trae recuerdos en los que no se pasaba sed, pero sigues estando seco en mitad del desierto. Los recuerdos de tiempos mejores deben su importancia a un argumento nuevo y original,  pero el estupendo manifiesto que hace el policía al comienzo de la película trae consigo una retahíla de títulos conocidos por todos que nos hacen echar de menos la emoción que levantaba el cine hace años. La intención del discurso general de la película no es esa, por supuesto, aunque se intuye la pasión que Quentin Dupieux siente por aquellas películas, aunque insista en su sin razón. Porque de eso trata Rubber, de la sin razón del cine y de la vida. Las preguntas que plantea son absurdas como lo son las respuestas porque, en el fondo, nadie tiene la certeza de por qué ocurre lo que ocurre.

 

Con esa premisa arranca una película que habla del propio cine, con más exquisitez y atino del que cabría esperar. El mensaje es filosófico, pero la historia no continúa por esos derroteros, sino que lo aplica al lenguaje cinematográfico, haciendo un ejercicio narrativo que, si bien bebe de los géneros clásicos, es único. Porque tener a un protagonista que es un pedazo de caucho no es habitual, pero el espectador descubre que la trama, salvo momentos realmente extraños, es tradicional. Desde el momento en que el neumático es consciente de su propia vida y de su poder, entramos en una historia clásica de obsesión, persecución y obstáculos vitales, porque la destrucción que el protagonista causa a su paso tiene las consecuencias lógicas que podría tener si fuera humano. Así, la película se convierte en un thriller al uso, donde los crímenes, las víctimas, el asesino y sus captores dan vueltas para resolver el conflicto. Todo esto se consigue con una historia que se sostiene y se hace creíble dentro de su mundo interior, sin engañar a un público que está dispuesto a aceptar la premisa básica. Es en la trama paralela donde la película se tercia diferente de la narración lógica y se antoja extraña pero, a su vez, es la que ayuda a completar el mensaje esencial del film. Haciendo uso del metalenguaje más directo, se nos presenta a unos personajes que conocen su estatus y que saben que hay espectadores viéndolos. No obstante, no es tan simple, porque el público al que se refieren está dentro de la película, viendo todo lo que ocurre desde la distancia con prismáticos. El antagonista, un policía propio del universo de David Lynch, sabe que todo es una ficción, pero no actúa como un personaje inventado, sino como miembro de una supuesta organización que ofrece este espectáculo a los espectadores. Así, el director juega con un falso metalenguaje, al hablar al espectador como si fuera un personaje más, pero sin serlo.

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Aparte de la tesis del absurdismo que mantiene la película, el director juega con mensajes más sutiles pero tan contundentes como el principal, como es la destrucción del público por parte de los propios personajes, lo que funciona como una metáfora de que son las propias películas las que acaban con los espectadores que, hambrientos de nuevas historias sin sentido y sin calidad narrativa, acaban devorando películas insustanciales que acaban con el visionado crítico. También hay sitio para ese espectador ocasional que no cree todo lo que le muestran, se mantiene alerta y quiere meterse en la verdadera esencia de la película, representado por una persona que se mantiene firme observando la película. No es de extrañar que sea el espectador de más edad, ya que apela a una factura del cine que hace años que se ha perdido. Con el argumento principal, el espectador medio puede entrar a jugar y disfrutar de una película surrealista, pero lógica. Sin embargo, con la segunda trama el director apuesta todo, ya que puede perder una gran parte de espectadores que no quieran entrar a ese juego de extrañezas y mensajes indirectos, pero también ganar a una serie de mentes que se adhieran a su pensamiento y queden impresionadas.

 

De todos modos, el director no pierde la compostura en ningún momento, tal vez porque tiene una trayectoria de productos novedosos que han dado sus frutos en alguna ocasión y que forman parte de un trabajo innovador y divertido. Entre su filmografía anterior podemos encontrar una conexión con el surrealismo y el mensaje metalingüístico aplicado en forma de trama. Su primera película, Nonfilm, tiene como protagonista a un actor que, trabajando en una película que no entiende, termina por matar a todo el equipo técnico, pero decide continuar grabando, sin guión y sin cámara. Esta historia ya tiene tintes de destrucción de los elementos cinematográficos y trabaja con un mensaje surrealista que sirve de predecesor de Rubber. En Steak, su segunda película, el director abandona su tesis sobre el cine para hacer una historia de ciencia ficción con una contundente sátira al mundo de los cosméticos y la importancia de la estética en el mundo actual. Sin embargo, es en su carrera musical donde Dupieux comenzó la andadura con mucho atino. Utilizando su seudónimo, Mr. Oizo, obtuvo un gran éxito con su tema Flat Beat, que forma parte de la cultura popular, gracias a la televisión y a la creación del propio autor del videoclip protagonizado por una conocida marioneta amarilla, que se popularizó a través de la publicidad de Levi’s, lo que supuso la incursión de Mr. Oizo en el mundo del cine. El tema de los personajes inanimados que cobran vida se convierte, con Rubber, en un elemento recurrente dentro de sus pretensiones artísticas, llevado a la mínima expresión con un objeto que no tiene posibilidad alguna, si es que una marioneta la tiene, de cobrar vida.

 

Dupieux ha realizado una película que ofrece la mirada tierna y nostálgica de alguien que se ha criado entregado al audiovisual con la energía suficiente para promover cambios en todo lo visto hasta el momento. Por desgracia, es una obra demasiado personal y con poca posibilidad de salida más allá de los círculos más exquisitos del cine, lo que dificulta un mensaje que puede ir dirigido a la inmensa mayoría de los públicos. Aún así, queda la esperanza de que los cineastas observen la película con mente abierta y dispuestos a replantear el medio, y no a censurarlo y a dejarlo en el cajón de los experimentos fallidos.

 

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