Leo, por enésima vez, en el nick del Messenger de algún colega, de algún antiguo compañero de la Facultad de Ciencias de la Información una frase de este calibre: “¿Cansado? No, lo siguiente [el subrayado es mío, H. A.]”. ¿Qué tiempo es éste en que a un comunicador le da vergüenza o pereza escribir con rigor? ¿Por qué no utiliza el adjetivo exhausto (o extenuado) para definir un absoluto agotamiento? A estas alturas no sé de qué me sorprendo: cuando, en una ponderación, empleo potentes calificativos (tales como morrocotudo, colosal u homérico), algunos colegas se sienten extrañados, me miran con rechazo, fruncen el ceño…
Tuve hace no mucho un paradójico debate con una fémina de mi generación… (Permítanme que quiebre el discurso para hacerles una pregunta: ¿Han advertido en el enfoque de esta última oración algún matiz anormal? Reflexionen.) Aquella compañera me reprochó la utilización –en un trabajo universitario– del sustantivo fémina, argumentando que éste desprendía machismo. Me quedé atónito. Y recurrí al diccionario de la RAE (vigésima segunda edición) para mostrarle la única acepción de tal término:
1. mujer (persona del sexo femenino).
Mi compañera no admitió su error. E, inmediatamente, busqué un sinónimo de mujer que siempre consideré machista: hembra, cuyas dos primeras acepciones son las siguientes:
1. Animal del sexo femenino. 2. mujer (persona del sexo femenino).
En esta palabra hay, evidentemente, un matiz sexista, una animalización… A mi entender, fémina es, junto a dama, el sinónimo más próximo o adecuado para referirse al sexo opuesto, sin distinción de edad (si no, hablaríamos de niña, de señora, de señorita…). De la misma forma que varón y caballero son acaso las palabras más equiparables a hombre. Todos estos intentos, en fin, sólo sirvieron para reafirmar mis argumentos: la chica seguía en sus trece.
¿Qué tiempo es éste -pensaba yo al leer cierto nick del Messenger– en que a un comunicador le da vergüenza o pereza escribir con rigor? ¿No deberíamos dar ejemplo a las nuevas generaciones, quienes, acaso por influjo de la televisión, recurren más que nunca al insulto (hijoputa, maricón, gilipollas…) para demostrar odio o… ¡cariño!? En ese último sentido, recuerdo que los protagonistas republicanos de La lengua de las mariposas (la emotiva película de J. L. Cuerda inspirada en el relato de Manuel Rivas) denominaban, entre lágrimas, asesino o cabrón a un maestro -de esa misma ideología- condenado. La única diferencia es que aquéllos tenían vedado -tras el derrocamiento del régimen legal y democrático- el acceso a las palabras: a la poesía, al pensamiento, a la vida…
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