De un tiempo a esta parte, Irak se ha convertido en uno de los temas recurrentes del cine posmoderno. Esta guerra, como sucediera con Vietnam en la década de los setenta ha servido no sólo para explorar el comportamiento de los soldados en el campo de batalla -caso de la reciente ganadora del oscar En Tierra Hostil o En el Valle de Elah de Paul Haggis– sino también su impacto en los nuevos medios de comunicación como Internet -la interesante Redacted de Brian De Palma-. Tras siete años de conflicto y con todas las cartas sobre la mesa, Paul Greengrass ha vuelto a la carga con un film en el que intenta conjugar las constantes de su filmografía: Por una parte tenemos al autor de Bloody Sunday en un incisivo relato donde carga sus dardos envenenados contra aquéllos que nos hicieron creer en el armamento nuclear del dictador Saddam Hussein, pero sin olvidar su lado más lúdico, visto en las dos últimas partes de la Trilogía Bourne.

Green Zone, cuyo nombre remite al distrito del centro de Bagdad donde se formó el gobierno provisional del país tras su invasión entre 2003 y 2004, cuenta la historia del subteniente Roy Miller (un efectivo Matt Damon), a quien encargan la misión junto a su equipo de buscar las armas de destrucción masiva del ejército iraquí. Cansado de dar palos de ciego, trata de abrirse camino por la ciudad buscando una pista que le conduzca a su objetivo, y ésta no es otra que uno de los altos rangos de Saddam. Contra el gobierno que lo representa (como casi siempre, genial Greg Kinnear) y apoyado por un agente de la CIA (soberbio Brendan Gleeson también) trata de luchar por buscar la verdad en cuanto al peligroso armamento.

La película de Greengrass es posiblemente la primera en centrar su historia no sólo en los soldados que combatieron sino en las falsas causas que promovió el gobierno estadounidense para invadir el país oriental. Puede que el director británico llegue tarde y que esta película resulte hasta cierto punto anacrónica tras estos años donde toda la verdad (o casi, mejor dicho) ha sido destapada, pero no por ello su mensaje deja de ser efectivo y sobre todo, Greengrass ha dirigido un film de acción sumamente entretenido.

El estilo hiperrealista del director, siempre cámara en mano y con un montaje frenético, consigue atrapar al espectador en la odisea de su personaje gracias a un brillante uso del espacio fílmico, moviéndose constantemente de un lado a otro por una ciudad a punto de ebullición. Por otra parte, la acción, parte esencial del film, está perfectamente resuelta. A base de planos cortos seguimos a Miller en sus largas huidas a tiros, donde sus enemigos parecen cercarlo cada vez más cerca mientra él se mueve siempre hacia delante. Las largas secuencias nocturnas están muy presentes y es donde se hace más patente el estilo de Greengrass. Jugando con el contraste entre la oscuridad y el fuego de los disparos y explosiones, el británico nos regala en su último tercio una de las secuencias de acción más espectaculares del cine reciente.

Por hablar de sus puntos débiles, cierto es que los personajes pecan de cierto acartonamiento que, desgraciadamente, evita que nos involucremos más en la trama y que resulten maniqueos. La mínima atención al estudio de personajes frente a la acción constante resta en la implicación con éstos. La evolución del personaje de Damon, por ejemplo, puede parecer demasiado previsible desde un principio y todos los personajes parecen simplemente arquetipos del tipo héroe-villano, sin matizaciones. Pero esto no es óbice para que al finalizar la película nos planteemos muchas cosas sobre el funcionamiento del gobierno más poderoso del mundo y sobre quien promueve realmente las guerras.

En definitiva, Green Zone es un producto muy entretenido, que invita a la reflexión y aunque no llegue a ser un film redodndo, sí está por encima del cine de acción de los últimos tiempos.