El Artista y la Modelo

El Artista y la Modelo: Trueba torna en Autor

Dicen quienes han visto ya la última película del director de Belle Epoque (1992) que se trata de su obra maestra. Es un trabajo cumbre en su carrera, donde la madurez, la experiencia y los conocimientos adquiridos desde que debutase allá por 1980 con Ópera Prima, se unen en pos de un trabajo excepcional.

 

Trueba asegura que es una historia que llevaba gestando en su cabeza desde hacía seis años. Quizá demasiados para un guión que, si bien es sólido y se mantiene en una estructura poco sorprendente pero segura (no en vano, está escrito por el propio Trueba y Jean Claude Carriere, guionista de Luis Buñuel, nada menos), tampoco encumbra a sus autores a un olimpo de frescura. Las pausas son merecidas y bienintencionadas, el director se toma su tiempo en presentar a unos personajes que poca presentación necesitan, pero no es eso lo que importa en este relato. El ensayo sobre la belleza del arte, el trabajo incesante en torno a la consecución de una idea definitiva es lo que aquí se nos cuenta más allá de la superficie.

 

Jean Rochefort en El Artista y la Modelo

 

 

La propuesta formal con la que presenta su vertiente cinematográfica más íntima es de elogiar y aplaudir, al menos por lo que el intento representa.  Si algún cineasta en España puede permitirse el lujo de afrontar el reto que le venga en gana, sin importar presupuestos o delirios de grandeza, ese es el hermano mayor de David Trueba. Pese a tener ese poder, ha decidido optar por contar la relación entre un escultor en el ocaso de su afortunada vida y una desdichada joven que únicamente puede ofrecer su cuerpo. Un intento de renovar la dinámica entre hombres y mujeres, de explicar a través del arte las relaciones humanas.

 

Ha sabido solventar el director madrileño las trampas que unos elementos como estos podrían llevar a que el resultado acuciase falta de elegancia (como el hecho de tener a tu actriz principal en cueros el ochenta por ciento del metraje y conseguir que las imágenes evoquen calidez y ternura en lugar del ordinario desnudo al que nos tiene acostumbrados el cine patrio) Esos mismos cepos que tan brillantemente están solucionados en la puesta en escena, se ven escasamente eludidos cuando se trata de escoger meandros que hagan evolucionar la historia de manera natural.

 

La sutileza de la fotografía de Daniel Vilar, acompañada de la mano por un autor que ha ido puliendo en los últimos años su visión del cine con una manera única de captar la naturaleza con imágenes, hacen que esta obra sea mayor en la filmografía de su responsable. El blanco y negro en el que está rodado el entramado permite la percepción de las formas y los volúmenes de una manera que no consigue el sobreestimado 3D; las capacidades que brinda el paraje en el que se localiza la historia, el sur de Francia, no podrían haber sido aprovechadas con mayor acierto, la luz que proporciona el atardecer a través de los olivos y los reflejos del río en el que posa la modelo son la musa perfecta para la idea que tanto espera el artista arribe por fin a su mente.

 

 

Aida Folch en El Artista y la Modelo

 

 

Jean Rochefort ejecuta, en el que probablemente será el último trabajo de su carrera, un papel que no deja lugar a divagaciones sobre si es la persona idónea para interpretarlo. Marc Cros, el escultor hedonista, indiferente ante la guerra, que se sumerge en la continua búsqueda del lienzo perfecto que le permita retirarse, es el inmejorable rol para que un intérprete diga adiós a la actuación. Jean ha tenido la suerte de dar con Fernando y Fernando la fortuna de poder contar con él antes de su despedida. Si el resultado final carece de vulgaridad a la hora de mostrar los desnudos no es tan solo por el buen hacer del director de orquesta, Aída Folch compone un personaje inocente y natural con una soltura y una comodidad que consigue aportar sensualidad sin centrarse en la sexualidad. Chus Lampreave tiene esa característica mágica que hace que cada aparición suya agrande una película y Claudia Cardinale derrocha simpatía en un papel menor. Además, es todo un acierto el elegir actores con la nacionalidad que el personaje requiere.

 

Un filme valiente, atrevido y con ínfulas de cine de autor. Lo mejor de Fernando Trueba.

 

 

 

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