Treinta años nos contemplan desde este estilizado garabato al más puro estilo western.
«Inserte cable USB en su nuca«
En 1994 yo tenía escasos 10 añitos y, llamadme enfermo, devoraba con verdadera ansia el periódico (El País) que traía cada día mi padre a casa. Recuerdo que me aburrían (más o menos como ahora) una exageración las pataletas que se traían entre sí PP y PSOE, pero que, en general, en sus páginas encontraba una ventana abierta a un mundo mucho más grande del que conocía y que se limitaba a mi barrio, el colegio y los pueblos de mis padres. También recuerdo que esperaba toda la semana para los viernes (cuando salía el Tentaciones, que se estrenó ese año) y los domingos (día en que se publicaba el tristemente extinto Pequeño País).
Precisamente a caballo (y nunca mejor dicho) entre estas dos publicaciones fue como conocí al bueno de Cuttlas. Este vaquero de trazo simple tenía un componente hipnótico que me tuvo enganchado por temporadas (al fin y al cabo yo dependía de que el periódico llegase a mis manos antes de ir a la basura o a envolver desde libros a chirimoyas). Concretamente, recuerdo un número en el que, tras caer Cuttlas con su nave (no me preguntéis, yo tampoco sabía cómo había acabado ahí) en el Sol, unos alienígenas rescataban un ¿pelo?, ¿brazo? a partir del cual regeneraban al personaje para devolverlo a las páginas del suplemento de ocio y cultura de El País. Poco después Cuttlas y Jim hablaban sobre el espacio y lo que allí había visto el protagonista de estas tiras y traían a colación una referencia a Blade Runner, película que se convertiría no mucho después en una de mis obras favoritas de la ciencia ficción.
Aunque a trompicones (su época en el 20 Minutos la sigo cuando viajo en metro y, dado cómo funciona éste en la capital, trato de evitarlo) Cuttlas me ha acompañado durante gran parte de mi vida y, ahora que ambos rompemos la barrera de la treintena y Panini pone a la venta El Vaquero Samurái, me siento obligado a descubrir mi admiración por este personaje ante todos quienes ya le conocéis y a recomendarlo más que las aspirinas a quienes aún no habéis tenido el placer.
«¡Esta vez nos batiremos a la antigua usanza!«
Hay varias cosas que elevan a una viñeta por encima de las demás para hacerla única. Por un lado podemos tener dibujos de alta sofisticación o auténticos regalos para la vista (En Silencio es un buen ejemplo de esto), el sentido del humor viene a ser otra gran baza para el noveno arte (sin ir más lejos por eso mismo hacemos la ola cada vez que Luis Olmedo colabora con nosotros) y, cuando el primer y el segundo apartados no son los primordiales, existe una tercera vía, muy difícil de alcanzar, que pasa por establecer una conexión íntima con el lector.
Eduardo Pelegrín (el nombre que pone en el DNI de Calpurnio) lleva tres décadas hablando desde el Lejano Oeste de historias que nos son muy cercanas y de reflexiones que llevamos muy dentro. Es casi imposible no encontrar alguna de sus historietas con la nos sintamos plenamente identificados y esto lo pueden decir muy pocos dibujantes y guionistas de cómic. La inclusión de las viñetas de Cuttlas en las páginas del 20 Minutos asegura que, día tras día, cientos (si no miles) de personas leen las viñetas de un personaje que, por muy del Salvaje Oeste que sea, siente como ellos y reflexiona sobre la vida de una manera similar.
¿Existe algún comunicador que no vendería su alma por lograr algo así?
Panini, a través del sello Evolution Comics, edita El Vaquero Samurái con una calidad bastante más que aceptable, pero se echa de menos alguna clase de extra (entrevista, vivencia…) para quienes se decidan a comprar el tomo que la diferencie de una simple acumulación de tiras y más tiras. Aún con todo, esta nueva entrega de Cuttlas es un ‘must‘ para todos aquellos fans declarados de este inmortal vaquero y una buena manera de acercarse al universo de Calpurnio para el resto de los humanos.
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