Israel, tierra que desde aquí asociamos a poco más que a conflictos con Palestina, también sabe hacer cine. Lo demostró con Lebanon, una escalofriante y claustrofóbica película bélica firmada por el director Samuel Maoz, y ahora lo vuelve a hacer con Pie de página, una cinta que llega a Europa avalada por su nominación, en el año 2011, a mejor film de habla no inglesa para los Oscar.
El motivo de que ya haya llovido desde aquel entonces es el mismo que hizo que no pudiéramos disfrutar de Lebanon hasta tres años después de su estreno en su país de origen: que cuesta dios y ayuda que una productora de aquí se llegue a plantear como rentable el negocio de importar un producto que sabe que pasará poco más que de puntillas por nuestras salas. Por suerte, algunas pocas elegidas superan el exigente filtro, y si es así es porque su visionado merece realmente la pena.
La primera palabra que podríamos utilizar para describir Pie de página es desconcertante. Principalmente por el montaje de las imágenes y el uso de la música. Al no conocer los códigos cinematográficos del director Joseph Cedar, resulta perfectamente lícito que los tres primeros cuartos de hora se nos antojen altamente pausados e incluso disuasorios. Pero los pacientes se verán recompensados por una historia inteligentemente desarrollada.
Pie de página es la historia de una rivalidad silenciosa entre un padre y su hijo, ambos estudiosos en materia rabínica. El primero se distingue por su metodismo y su conducta autista; mientras que el segundo por su don de gentes y por esa necesaria capacidad de saber aprovechar el talento en el lugar y el momento adecuado. Estructurada por capítulos, la película peca de irregularidad narrativa, pues combina momentos aburridos con otros de absoluta brillantez en términos de guión. Pongámonos en situación: una habitación muy pequeña, una mesa, seis sillas y seis personas discutiendo la concesión de un premio de gran mérito. No es Doce hombres sin piedad pero sí una muestra de que su potencial es asombroso.
Incidamos en el guión. Su verdadero atractivo no reside en su capacidad de desarrollo –que también–, sino en la excelencia de algunos de sus diálogos que, en ocasiones, llegan a leer la mente del espectador. También se ganará el reconocimiento de escribas asiduos por una particularidad ligada a la redacción de textos que propicia el desemboque final de la historia. Los aludidos lo entenderán cuando la visionen. Por otra parte, los personajes principales irradian verdad: me los he creído a todos y he comprendido sus modos de actuar. Sin embargo, comprendería que otros no empaticen con ellos, ya que Cedar no lo pone fácil. Y es que la película no se hace amiga del espectador en ningún momento, sino que avanza fiel a sus convicciones. Tan purista como el personaje de Eliezer Shkolnik.
No se pueden otorgar a Pie de página excesivos méritos, pues no sería justo y consecuente. Pero sí se puede predecir sin miedo a errar que alguna de las próximas películas de Joseph Cedar dará mucho de qué hablar. ¿Los argumentos? Pueden encontrarlos en las notas a pie de página.
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