Si algo caracteriza a Ventura Pons es la constancia. Desde su pequeña productora, Els films de la Rambla, el director trabaja a un ritmo de casi película por año. Algo que, en los tiempos de crisis en que vivimos, es todo un mérito.

Quizás por ello (la crisis), Año de Gracia es tan optimista, para combatirla con buen humor. Se trata de una comedia blanca y alegre. Tanto que en un mundo tan gris como el nuestro, resulta poco creíble. El film tiene como premisa la «difícil» convivencia (programa estudiantil de ayuda a los mayores mediante) entre un estudiante universitario caracterizado por ser muy respondón y una anciana picajosa. Este punto de partida (vale, poco original) tiene un potencial enorme, y lo demuestra durante unos primeros compases cargados de naturalidad y de «buenrollismo» pero…

Siempre hay un pero (o varios). La película llega un punto en el que se estanca ya que la premisa se agota demasiado pronto y las tramas secundarias resultan poco interesantes. Hasta que, de repente, llegamos al desenlace, dando la impresión de que se perdió un rollo en la sala de montaje.

Y las intenciones son buenas. Eso es innegable. Reconforta mucho la visión de las soledades compartidas que se nos presenta: gente solitaria (por un motivo o por otro) que se hace compañía y, ¿por qué no?, forman una pintoresca familia. De todos, como es de suponer, quien más brilla es Rosa María Sardà, que en un papel que le exige muy poquito, logra transmitir muchísima naturalidad. Pero (volvemos a los pero), quien al final mejor retrata el film es Santi Millán y su personaje: el costumbrismo y la falta de interés.