Olvidad a Sylvester Stallone y su descafeinada Juez Dredd. Lo que nos propone Pete Travis está en las antípodas del film de 1995 que muchos denostan y algunos aprecian. Este Dredd es mucho más oscuro y violento, una fuerza del orden autoritaria y que no muestra compasión alguna.
El guionista Alex Garland ha recogido (hasta cierto punto) el tono del personaje ideado por John Wagner y Carlos Ezquerra. Dredd no es un héroe al uso. Es hijo de un tiempo marcado por la destrucción. El hombre ha desolado la Tierra y ha de vivir en unas denominadas Mega-Ciudades rodeadas de infranqueables muros y formadas por enormes autovías y grandes torres que conforman pequeñas ciudades en sí mismas. En este mundo dominado por el caos los Jueces son la única línea de defensa para mantener el orden, cueste lo que cueste. Son policías, jueces, jurados y verdugos. Todo al mismo tiempo. Un mundo distópico que se nos presenta en poco menos de diez minutos. Lo justo para conocer el contexto y el personaje sin entrar en orígenes y motivaciones redundantes. No es lo que busca la película.
Drogas y un asesinato. Son la excusa para trasladar la acción al interior de Peach Trees, uno de los inmensos rascacielos de la urbe y construir una aventura que sigue los esquemas de títulos como Jungla de Cristal o las recientes La Horda y Attack the Block. Dredd y su compañera, la Juez Anderson, se ven atrapados en una ratonera, superados en número y luchando ya no solo por hacer justicia, sino por salvar la vida.
Con este esquema, es fácil imaginar los derroteros que toma la historia, el ejercicio físico prima sobre todo lo demás. Se trata de un relato que basa su fuerza en las secuencias de acción, en unos diálogos (en especial los de Dredd) cargados de frases lapidarias de un fuerte carácter cínico y en un brutal villano (cualquiera le lleva la contraria a Lena Headey) que no se detiene ante nadie.
Los no iniciados en el cómic original encontrarán un título con un apreciado espíritu de serie B que hace de la necesidad (plantear el guión en el interior de un edificio por lo limitado del presupuesto) una virtud (Peach Trees pronto se convierte en un personaje más, de tal importancia que condiciona buena parte del desarrollo de los protagonistas). Por su parte, los conocedores de las historietas, suspirarán de alivio al comprobar el cuidado que se ha puesto en respetar lo máximo posible la esencia de estas. Cierto que la lacerante crítica a la sociedad de la época (y la actual, en 35 años no hemos cambiado tanto) a través de un personaje alarmantemente fascista queda en un plano residual (apenas un par de diálogos y la contextualización inicial), pero la puesta en escena y detalles como el que Dredd nunca se quite el casco, revelan la seriedad de la adaptación.
Lo recatado de su crítica (¿tal vez para asegurar las ventas internacionales que garantizarían su rentabilidad?) no coarta el espíritu libertario de la propuesta. Se sabe un proyecto en el que las expectativas iniciales eran más bien escasas, por lo que se muestra valiente en sus planteamientos visuales y una violencia (inherente al personaje) que sortea la exageración paródica.
¿Habrá secuelas? Es posible. La historia deja una puerta abierta a futuras continuaciones que exploren esta despiadada realidad en la que Karl Urban y Olivia Thirlby se desenvuelven de maravilla como férreas figuras del orden.
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