En tiempos oscuros el público necesita reírse. Incluso los franceses anhelan olvidarse de esta horrible crisis no sólo económica, también moral e ideológica y gozar de la fluida hilaridad de una buena comedia. Olivier Nakache y Eric Toledano son dos tipos listos que saben que la comedia es, además, el único género capaz de abordar cualquier tema. El drama más terrible puede ser transformado en una deliciosa bufonada. Algo así han hecho estos dos jóvenes franceses con la historia real de un hombre tetrapléjico de clase alta que contrata como cuidador a un inmigrante que acaba de salir de la cárcel. Sin duda la comedia es el mejor género para incitar a la reflexión. Y eso es lo que habrán hecho los 17,2 millones de ciudadanos franceses que fueron al cine a ver Intocable, desbancando éxitos como Amelie o Asterix y Obelix. El rotundo éxito de este filme es algo que ni Nakache ni Toledano contemplaban, pero no es suerte, se trata de verdadero talento.
En Intocable subyace una atractiva dualidad entre los dos protagonistas que inevitablemente engancha al público. Dos seres contrarios que se encuentran en un punto de sus vidas y sorprendentemente congenian hasta necesitarse mutuamente. Si a eso añadimos que todo está basado en un hecho real al espectador no le queda más remedio que dejarse llevar.
El humor es el ingrediente principal de este filme firmado por el binomio Nakache-Toledano, una pareja de directores con una filmografía regular. Sin embargo, esta vez han conseguido un producto casi perfecto, Intocable está rodada con mucha clase, tiene un ritmo envidiable, es sencilla y entretenida pero sutilmente compleja. ¿Quién tiene más culpa de los dos? Todo indica que entre ambos realizadores hubo una compenetración perfecta.
Philippe y Driss van a la ópera y éste último se carcajea sin ningún tipo de recato cuando aparece uno de los cantantes vestido de árbol. Hacía mucho tiempo que no me reía tanto en una sala de cine.
El filme narra con mucha gracia los desencuentros entre el aristócrata discapacitado y su cuidador ex convicto. Escenas muy divertidas impregnadas de un fino humor negro (la deliciosa secuencia inicial) se mezclan con otras de un carácter más naíf (la típica escena musical donde todo el mundo se pone a bailar), pero a quién le amarga un dulce. Nakache y Toledano no se contentan con esto y se entrometen suavemente en el cine social para ofrecer más datos de Driss, el personaje de Omar Sy. El actor ha nacido para ser una estrella, la manera de moverse, de hablar y de mirar transmiten buen rollo y denotan un saber estar que ya quisiera Eddie Murphy (era inevitable compararlos). François Cluzet cumple a la perfección como el millonario tetrapléjico y amargado. Ambos actores están creíbles, ambos se comen la pantalla.
No deberían haberse encontrado nunca pero tras su encuentro casual florece, sin embargo, una amistad férrea e inmortal. Dos directores, dos protagonistas y una banda sonora dividida en dos estilos bien diferenciados. Mientras Vivaldi, Bach o Chopin endulzan la soledad de Philippe, Driss necesita a Earth, Wind & Fire para venirse arriba. Toda una variedad de estilos con los que Ludovico Einaudi confecciona un hilo musical perfecto.
Deja un comentario: