Fino Valea

Fino, mi cartero

Hace unos días conocí a dos lectores de mi obra periodística: Rogelio y Araceli. Este matrimonio tan agradable quiso que un amigo en común nos presentase en Santiso, de donde somos nativos Araceli y yo. Esta señora, una de las sobrinas de Fino Valea -quien fuera cartero de nuestro pueblo durante muchos años-, me preguntó si recordaba a su tío.

 

Como non me vou acordar de el! Eu tiña muito trato con Fino![1] – le dije a Araceli.

 

Y volviendo a casa, a la hora de los murciélagos, me invadió una memoria melancólica…

 

Fino es, sin duda alguna, uno de los personajes más entrañables de mi infancia. Lacónico, poco amigo de los bullicios y de las prisas, recorría medio Santiso con una bicicleta Orbea, por eso su estampa, en mi magín, está en movimiento. Sí, quizás haya olvidado algunos de los gestos de Fino, que enfermó siendo yo un rapacete y murió hace ya unos años, pero puedo recordar perfectamente su templada cadencia viajando… Aquel bondadoso hombre andaba del mismo modo que hablaba.

 

En las fechas navideñas, su oficio de cartero le permitía cumplir los caprichos de sus nueve o diez niños más queridos, entre los cuales yo me contaba. Efectivamente, por aquellas calendas aún creíamos en los Reyes Magos, y, con sumo cuidado, depositábamos nuestras cartas en el buzón de la oficina de correos municipal. En su oficina. Nunca se lo pregunté a Fino – que en paz descanse -, ni tampoco a su hija Amparín – amiga mía -, pero doy por hecho que él leía con atención nuestras cartas dirigidas a los Magos de Oriente. Sólo así se explica su acierto en la elección de los juguetes. Pues aunque el gusto de los pequeñuelos no difiere en demasía, uno siempre tuvo – créanme – sus rarezas… Como el propio Fino.

 

Fino Valea

 

Ver a mi amigo Fino ejerciendo de mensajero de los Reyes Magos era como adentrarse en un cuento. Emprendía su mágico itinerario – que le llevaba desde As Veigas de Riba hasta O Chao, pasando por A Torre y Regada – con un saco al hombro. Un gran saco lleno de juguetes. Al final del trayecto, sin dejar de tomarse en serio su trabajo, Fino irrumpía en mi casa gritando:

 

A ver, onde vai ese neno?[2]

 

Entonces, yo, alborozado, acudía a su llamada, y me olvidaba de las fronteras que sólo unos pocos – los más brutos – conquistaban en el campo del colegio.

 

¡Cómo no voy a recordar con cariño los selectos regalos de mi cartero! Sólo una vez este Fino me decepcionó un poquito. Debía de tener yo unos 7 años, que a esa edad empecé a alimentar mi afición musical… Resulta que había pedido a los Reyes Magos una compilación, en forma de casette, de mis canciones preferidas. De hecho, si mal no recuerdo, en la carta anoté los títulos de todos aquellos temas. Es comprensible que Fino no llegara a satisfacer mi deseo: dudo mucho que alguna discográfica recopilase, en un mismo volumen, las canciones que uno demandaba. Quizás esa obra se podría haber elaborado artesanalmente, partiendo, por ejemplo, de grabaciones radiofónicas, pero el tiempo apremiaba… Estoy hablando de principios de los 90, cuando Internet aún estaba en pañales.

 

Me gustaría tener aquí a mi amigo Fino para preguntarle si recuerda aquella anécdota musical… Yo recuerdo con nitidez una petición musical suya que no me resisto a dejar en el tintero. Mi madre, cuando era la locutora de la radio local, ponía mucho empeño en potenciar la interacción con el público, que podía solicitar – en directo y vía telefónica – la escucha de algún tema. Una tarde primaveral mi amigo Fino marcó, entusiasmado, el número de Radio San Tirso y pidió Eres tú, la emblemática canción de Mocedades. Se despidió rápidamente, no sólo porque fuera parco en palabras, sino porque quería escuchar lo más pronto posible – creo yo – aquella pieza que le fascinaba. Curiosamente, estoy hablando de la misma época – año arriba, año abajo – en que yo pedí a Sus Majestades de Oriente la utópica cinta musical. Por cierto, uno no llegó a incluir Eres tú en aquella lista de canciones. Me gustaría tener aquí al cartero – repito – para preguntarle si recuerda mis deseos musicales… Apuesto a que este Fino – ajeno a las modas, fiel a sus pasiones – me diría:

 

Como che iban regalar os Reis de Oriente, sendo magos, unha cinta que non incluíse aquela máxica canción? Tería sido pouco serio…[3]

 

 

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[1] – ¡Cómo no me voy a acordar de él! ¡Yo tenía mucho trato con Fino!

[2] – A ver, ¿dónde va ese niño?

[3] – ¿Cómo te iban a regalar los Reyes de Oriente, siendo magos, una cinta que no incluyese aquella mágica canción? Hubiera sido poco serio…

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