Caballeros, princesas y otras bestias es un relato de aventuras con sus doncellas en apuros, valerosos príncipes, brujos y demás personajes propios de la fantasía medieval; agarra los tópicos y los explota sin pudor. Desde la perspectiva de género, el film hace las veces de manual del mismo, pone sobre la mesa todos los elementos que lo componen y los va desgranando uno a uno pero sin llegar a su deconstrucción, se limita a mostrarlos y explotarlos.
Esta trama de caballeros y doncellas, la ambientación de cuento de medievo, las criaturas mágicas… son la excusa de la que se sirve David Gordon Green para hacer una nueva incursión en las stoner movies (películas, generalmente comedias, que giran en torno al consumo del cannabis y sus efectos positivos), lo que puede limitar en exceso su público.
Y es que las cosas como son, basar un film en chistes de porreros y sexo no es una apuesta que llame la atención a una mayoría del público. Solo los amantes de las drogas blandas y los adolescentes con las hormonas desbocadas tienen la capacidad de disfrutar de Caballeros, princesas y otras bestias en toda su amplitud.
Una película hecha a medida
Fuera de EEUU es difícil imaginarse un proyecto como este y que funcione, ¿por qué? Por Danny McBride. En aquel país es un cómico muy reconocido, con apariciones en multitud de programas y películas, pero en Europa su nombre dice más bien poco. Danny ha firmado un guión del que es el auténtico protagonista, por mucho que se nos vendan a Natalie Portman y a James Franco.
Ella no hace su primera aparición hasta casi la mitad del metraje y su participación no se entiende más allá de sus ganas de hacer la gamberra; por su parte, él está por su amistad con el director (con quien ya coincidió en Superfumados). La función de Franco en la trama es la de empujar a Danny a actuar y asumir sus responsabilidades.
Danny McBride busca su lucimiento personal, reservándose todos los chistes (malos y buenos) y crea para sí el único personaje que evoluciona. El resto de personajes (empezando por los mencionados Portman y Franco) terminan de la misma forma en que empiezan.
El problema que acarrea este exceso de protagonismo es que el público no trague con todo su ego, y este es uno de esos casos.
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