En el mismo hilo argumental que algunas de las más grandes películas de siempre, El chico del periódico cuenta una de esas travesías por las que pasan los periodistas más aguerridos, aquellos que llevan su profesión en la sangre e intentan salvar a condenados a muerte de la quema en pro de la justicia.
Sobre el papel, esta película lo tiene todo para convertirse en un filme notable. La historia es atractiva; el reparto consigue reunir a intérpretes de talento demostrado como Nicole Kidman, a algunos que poco a poco lo van demostrando como Matthew McConaughey y una estrella emergente deseosa de desetiquetarse; situado en las zonas más duras de Florida con los pantanos muy presentes y recreando una época con la que Hollywood siempre parece disfrutar trabajando; y firmando el libreto y la dirección un hombre que ya despuntó con su segundo largo Precious (2009), Lee Daniels.
Pese a todas estas buenas vibraciones que se desprenden de sus características más llamativas, en las bobinas aparece una película sosa, sin personalidad y con visibles fallos desde la propia escritura. Empezando por el comienzo de la historia en el que la sirvienta de la casa (interpretado con buena intención por Macy Gray) cuenta a no se sabe bien quién todo lo sucedido y a partir de ahí nos acompañará como narradora omnisciente durante buena parte del metraje, las más de las veces con poco que decir y siendo reiterativa, describiendo una imagen que, como se suele decir, vale más que mil palabras. Algunos personajes pasan de primera plana a no importar sin que nadie llegue a saber muy bien porqué, las motivaciones no están bien esclarecidas y algunas que tienen importancia mínima para el curso de la narración vienen disfrazadas de espectaculares puntos de giro.
Lee Daniels pretende levantar un poco el guión con algunos tiros de cámara atrevidos y una sensación constante de intentarlo demasiado con una forma de rodar desenfadada que aúne los años 50 y estilice la forma con trucos de vídeo musical. Aunque consigue desmarcarse y dejar una impronta propia, aporta poco al conjunto y se centra demasiado en sacar el máximo partido posible a la estructura física de su joven protagonista. Esto es entendible, porque hay que vender la película, pero raya la obsesión y provoca un mareo constante. Gracias a esta realización más interesada en sí misma que en ofrecer un espectáculo digno, la tensión y el interés van decreciendo hasta el punto de no importar el momento álgido de la función, llevado con demasiada cautela y sin mucha decisión.
Habrá a quien esto le pese menos y le resulte una queja superflua, pero los pantanos de Florida en los que está rodada la película, bien trabajados, pueden suponer un personaje más e incluso el núcleo de todo el filme. Sin tener su localización en Florida y con la necesidad de reflotar Nueva Orleans tras el Katrina hemos visto grandes largos que, gracias a un director de fotografía con saber hacer y una historia que se preste, han hecho de las zonas farragosas un sitio mágico. El chico del periódico brinda una oportunidad así, que sus responsables desaprovechan totalmente.
Zac Efron está dando los pasos adecuados para reconducir su carrera hacia algo más sustancial que sus inicios. Intenta alejarse todo lo que puede de la figura de bonachón cándido que enamoró a millones de púberes hace algunos años. Esta intentona de acercarse hacia el cine negro es valiente, sin embargo, por mucho que se encuadre en un todo más adulto y pretencioso que la serie que le dio a conocer, su papel no dista mucho del chico atractivo, con poco más que ofrecer que su belleza.
Cubriéndole las espaldas aparece McConaughey, más comedido que de costumbre, interpretando con sobriedad su papel para acompañar a quien debe brillar en la función. Por cartel, esa estrella que debería jactarse de fulgor sería el propio Efron, pero una renacida Nicole Kidman le roba todo el protagonismo. Lleva aquí el peso de la película con soltura, echándose a los hombros todo los fallos de guión para salvar algo positivo irradiando sexualidad. John Cusack cierra el reparto. Quien hace tiempo fuera un hombre seguro que tomaba decisiones acertadas en función de su necesidad de dinero o prestigio ha acabado, como tantos otros, por perderse en proyectos desconcertantes y con un peinado de formas disonantes que distrae toda la atención de su rostro.
Un largo más que se estanca en esa línea que no lleva a nada y divide duramente lo que podría haber sido de lo que es.
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