Immortals conjuga lo bueno y lo malo del universo de Tarsem Singh. El cineasta hindú se empapa de la mitología griega y nos trae una historia que va a la zaga de 300 (con la que comparte productores) y Furia de Titanes, aunque imponiendo su propia impronta a base salvajes (y sangrientas) escenas de acción.
En su tercera aventura como director (tras La Celda y The Fall), Tarsem relata la clásica fábula en la que un hombre se ve obligado a convertirse en un héroe, condición esta que termina aceptando y llevando con orgullo para cumplir su destino. En Immortals nos encontramos con todos los arquetipos (cada uno con su función característica): el héroe (Teseo), el villano (Hyperion), el mentor o maestro (Zeus), el ayudante (Stavros)… hasta la enseñanza está presente. Y es que, aunque casi de pasada, el film habla sobre la inmortalidad, pero no en un sentido literal ni físico, sino desde la perspectiva histórica y de la memoria. Hyperion quiere conquistar y derrocar a los helenos, convertirse en el amo de todo y ser recordado como tal. Pero es Teseo el que, con su valor y fortaleza, se convierte en leyenda.
Pero este es un tema que a Tarsem parece importarle poco. Profundiza muy poco en los personajes y se centra más en la mencionada fábula y la acción. He aquí lo malo de su cine: ofrece unas propuestas muy interesantes que se pierden en un mar de dudas y de corrientes que no llevan a ninguna parte. Ejemplos de esta confusión narrativa hay muchos a lo largo de la película y uno de los más flagrantes corresponde a un arma de los dioses al que se le da una importancia vital, pues dependiendo de las manos en las que caiga puede salvar o condenar a la humanidad; pero cuando dicho elemento entra en escena resulta intrascendente.
Situaciones como está se dan con demasiada frecuencia en las casi dos horas de metraje. Algunos momentos incluso, solo parecen responder a una justificación estética. A pesar de lo ilógicos son al entendimiento de cualquiera, Tarsem fuerza los acontecimientos para construir unas imágenes impresionantes.
Y es aquí donde disfrutamos de lo bueno de su cine: las imágenes. El hindú es un pintor; algunos planos son auténticos cuadros y su sentido del arte es maravilloso. Únicamente por disfrutar del nivel de detalle de las secuencias, la composición de cada encuadre, la paleta de colores que usa, los vestuarios, localizaciones… es un gozo para la vista. Aún cuando el bochornoso 3D de postproducción intenta empañar el visionado la fuerza de las imágenes es abrumadora.
Teoría loca del que suscribe, quizás el problema de Tarsem es que se esfuerza tanto en conseguir una hermosa forma, que se queda sin energías para trabajar el fondo y así termina siempre haciendo regalos comprados en bazares de todo a un euro ocultos en impresionantes envoltorios.
Sin embargo, lo que sí hay que reconocerle a Immortals es que sabe entretener, como cualquier epopeya. Entendida como tal se disfruta sobremanera y se pueden pasar por alto a los estereotipados protagonistas, a una Freida Pinto que se está especializando en papeles de mujer florero o algún que otro doble sentido homo-eróticos (de los productores de 300).
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