¿Quién no recuerda a Los Pitufos? Esos pequeños seres azules que vivían en setas y disfrutaban de una felicidad empalagosa y que tenían en Gargamel, un malvado brujo, y su gato Azrael a sus grandes –y patosos– villanos. ¿Y cómo ha resuelto Hollywood la adaptación? Llevándolos a todos a la gran ciudad.
Desplazarlos al mundo real requiere ya no de una presentación de los personajes, sino de todo su universo y de una justificación para trasladarlos de su universo al nuestro. Y aunque dicha justificación resulte «tan mágica e inexplicable» que se adhiere al grupo de «cosas que pasan porque sí» o al de «los misterios de la vida», la presentación es tan amena, clara y divertida que apenas se le presta atención a este tipo de detalles.
No hace sino arrancar el film y ya nos atrapa a niños y mayores por igual. En pocos minutos hemos recorrido la aldea y conocido a buena parte de los pitufos y ya estamos metidos en plena acción. Raja Gosnell, el director, no tiene tiempo que perder y enseguida entra en materia. Pero si después del colorista –y musical– paseo por el poblado aún queda algún adulto receloso de lo que ve, la primera aparición de Hank Azaria como Gargamel es brillante, parodiando la escena que acabamos de ver y maquinando un nuevo plan para acabar con los pitufos.
Aunque sean los pitufos los protagonistas, nuestra atención siempre se dirige a Hank Azaria (conocido sobre todo pos su trabajo como doblador en Los Simpson), que construye un villano digno de recordar más por su ingenua maldad que por el buen resultado de sus malévolas intenciones. Un tipo tan estrafalario pasa completamente desapercibido en una ciudad como Nueva York.
No hay que olvidar, sin embargo, que estamos ante un título dirigido a toda la familia con lo que son los pitufos los que tienen que lucir su moreno azulado por las calles de la gran manzana. De ahí se entiende que se alarguen algunas escenas –como la de la juguetería– con el único propósito de ver a estos seres mágicos correteando por todas partes y metiéndose en líos.
Como no podía ser de otra forma, la película está cargada de mensajes positivos y buenas intenciones: que si podemos ser lo que queramos, que si la familia es lo más importante, que si hay que confiar en uno mismo… y es que hay que educar a las generaciones futuras.
A nivel de contenido pues, Los Pitufos ofrece un entretenimiento que, aún siendo previsible, convence. El problema, a nivel técnico, es que cantan mucho. Literal (en la versión original tenemos a Katy Perry poniéndole voz a Pitufina) y metafóricamente. Neil Patrick Harris y Jayma Mays (Glee) no se cansan de agarrar el aire cada vez que tienen a un pitufo en sus manos. En los tiempos que corren que no se cuide la fusión de elementos y personajes animados con los reales llega a ser algo molesto.
Los Pitufos, a pesar de los prejuicios previos, resulta ser una propuesta muy divertida para pasar una tarde familiar sin avergonzarse ante la taquilla del cine: unos pequeños y adorables seres, un Hank Azaria en estado de gracia, momentos cómicos muy inspirados y una visita turística por Nueva York (cosa que por algún extraño motivo no pueden evitar).
Deja un comentario: